El bosque (The Village, 2004)
Por Manuel Ortega
La maleza
Todos tenemos monstruos en los armarios o en el romi. Todos tememos nuestro reflejos en los ojos de la gente porque los ojos de la gente no son nuestros ojos. Y eso hace que los ojos de la gente a veces nos parezcan malos ojos porque no ven las mismas cosas que ven nuestros ojos. Todos tenemos monstruos (en el armario o en el romi) y ninguno tiene nuestros ojos. Si no, serían feos de ojos bonitos, fallos sin malas intenciones, mentiras siempre piadosas. Buñuel lo comprendió como nadie y nos lo enseñó como siempre, reflejados en el espejo de la imposibilidad palmaria de manifestarse (salir, comer, el rollo de siempre.) Bergman recurre al suicidio y Peckinpah a los kamikaces. Pero deciden exterminarnos, exterminarse, exterminar y eso es de agradecer en este mundo (cinematográfico y no) de comedias sentimentales “no sense”, héroes extraordinarios con talones sin Aquiles, fabricas de pan con pan y circo sin payasos tristes. Shyamalan es el director de cine que unos cuantos andábamos buscando por las salas como Diógenes buscaba con un candil un hombre a plena luz del día. El bosque es su obra maestra.
Lo que pasa es que nuestros monstruos se esconden en la maleza que es mal y hierba que cubre y que nace sola por las semillas que algún pájaro llevaba en el pico. Porque de pájaros y picos tenemos muchos alrededor (y más cerca de lo que parece) y tampoco aportan más que una semilla que hacen la maleza y traen el mal y que nuestros monstruos se escondan para no vernos los ojos. Luego cercamos, cerramos y nos quedamos tranquilos. Hasta que algo falla o algo acierta. El amor que nos redime hasta a los más monstruosos (me gustas, Patri). Pero la remisión, al contrario de lo que se piensa y se dice, no es eterna sino que tiene fecha de caducidad. El bosque no, porque es irremisible y se queda y ya no se va. ¿Por qué? Me alegro de hacerme esa pregunta.
Morfología del cuento
La socialdemocracia, el liberalismo, el estado del bienestar. Cúpulas, cópulas, lúgubres y lóbregas enseñanzas. Así empieza cualquier cuento, edificándose sobre una mentira: Érase una vez. Nunca es lo que no está cuando queremos ser futuro. La verdad os hará libres, la mentira, creyentes, que suele decir un amigo mío en Internet porque la dijo una vez Nietzsche y que yo suelo entender muy de vez en cuando. Cuando Shyamalan comienza poco a poco a ponernos árboles para que veamos el bosque, por ejemplo. Los árboles son altos, fuertes y viejos y dejan anidar a los pájaros y a las ardillas. Pero tienen leyes antiguas que hay que respetar y eso. La comunidad pone sus reglas y el cineasta nos hace un poema con esos estatutos. Las niñas que barren mientras giran sobre si mismas, la música de Newton Howard que marca los tiempos, las flores rojas que nacen de la tierra para ser enterradas por el miedo. La brisa y un niño muerto. Reuniones, disciplina, permisos, pedidas de mano, bailes, retos, niños que se hacen cobardes, un perro sin piel y sin ninguna culpa. La suma de elementos van componiendo el cuadro, la puesta en escena y la base rítmica (qué tío más lento por dios dicen los tíos lentos) Las primeras ramificaciones crecen como flores rojas, mientras que el cuerpo del delito nos va enseñando la patita por debajo de la puerta de la historia de un amor tan improbable como el marco que lo encuadra. Y las primeras hojas que caen y unas setas que nacen salvaje y mueren prisioneras: El sistema funciona hasta que alguien lo lleva a rajatabla.
En el pueblo vive un loco que es el único que ríe cuando los demás lloran. Esa es la pista, la del terror y la de la trama. El conflicto hace funcionar todo lo demás. Si un loco se arroga el poder, aunque no lo sepa, está definiendo el sistema. Y eso es lo que hace pensar a los santos varones y a las mujeres impertérritas y con trajes largos. Es lo que hace que Shyamalan ruede una de esas escenas que deberían estudiarse en las escuelas de cine. A mi me enseñaron que el primer plano de una película debería explicar la película entera. Pero no me lo explicaron porque era un curso de la universidad de muy poco tiempo y la verdad es que nos llevábamos una hora desayunando. Y así se pierden detalles. Pero cuando Adrian Brody entra y Joaquin Phoenix lo mira y se abrazan y los ojos de Phoenix te cuentan eso que te paso con aquella novia, lo que él sintió cuando se enteró de lo de su hermano, que los reyes magos y los no magos son los padres (imagínate en esa comunidad, lo flipas), es el momento de no bajar la cámara y aguantar y aguantar un poco más hasta que una boca se abre y la cara de Brody se mueve. Ya puedes bajar y has rodado la mejor puñalada rodada que he visto jamás en una sala con gente que abre la boca y se le mueve la cara y en los ojos, lo de la novia y lo de River y lo del 6 de enero de hace ya muchos años. Demasiados.
Los monstruos son los padres
Y los hijos son las crías de los monstruos y los príncipes de los reyes y la arcilla en la que se edificará tu iglesia y todas las iglesias. Pero Sigourney Weaver y William Hurt son la metáfora perfecta de la negación de los sentimientos y el sinsentido, son lo que se acumula para que el lobo sople y nada derribe, para que en la casa no se pueda entrar y luego no se pueda salir aunque dentro hace más frío que afuera. No tocarte, que decían en la peli y antes dijo Santiago Auserón con los Radio Futura y luego el siempre acertado José David Cáceres en la revista cacereña, valga la redundancia, Versión Original (nº 139, junio 2006): «En general las personas tendemos cada vez más a evitar y apartarnos de nuestro entorno supuestamente más cercano (la familia, los vecinos, los compañeros), en ocasiones con una vehemencia cuando menos sorprendente. Las comunidades, si el proceso continúa adelante y no se detiene o muta, no tendrán sentido físico, solamente lógico. Y estos dos términos, 'lógico' y 'físico', son la bisagra del presente y el futuro en esta sociedad moderna (completamente dependiente) de la información: lo físico es el soporte donde esta se almacena, pero lo importante es el espacio lógico donde se organiza, ordena y utiliza». Ese espacio lógico carece de toda lógica porque la lógica no existe como no existe la filosofía per se ni existen las revistas de cine por generación espontánea (que viendo las nuevas generaciones de críticos, o al menos lo que tienen conciencia de grupo, es casi la mejor que se puede tener). No son maleza que crecen porque a un pájaro se le cae una semilla de la boca. Es producto del hombre como producto del hombre son la democracia, el liberalismo, el comunismo y todas esas cosas que al final se terminan en lo mismo. El hombre produce la lógica y ésta genera sistemas de defensa contra lo “ilógico”. El más famoso, el más querido, el del día a día, el que todo transpiramos a oleadas es el MIEDO.
…y matamos perdices
El bosque no es una película de miedo es una película sobre el miedo como Bowling for Columbine (su coetánea más parecida) o El fuego y la palabra. Una película sobre los mecanismos utilizados para crearlo, mitigarlo parcialmente y volverlo a crear de manera desaforada. Shyamalan, más metacinematográfico que conservador, nos instruye y enseña a construir nuestro propio miedo tanto como en La joven del agua nos enseña a contar historias y a como contarlas con la libertad que el talento nos permite liberar. Aquí nos muestra lo que el talento puede cautivar, encerrar y restringir. Encierra a sus actantes en el aíre libre del miedo a la libertad del aíre. Y él lo hace a su idem, controlando el tempo, imprimiendo esa pátina personal que aúna la brillantez de su discurso con la inquietante ambigüedad de su propia fisonomía. Hacía tiempo que fondo y forma no sonaban con tanta claridad al unísono, como si no existieran esas diferencias que nos hemos inventado durante siglos de aburrimiento. Exceptuando a los modernos clásicos de siempre (Spielberg, Eastwood, Weir, Carpenter, Tavernier o Paul Thomas Anderson) es muy difícil que una misma cosa siga pareciendo esa misma cosa. Caligrafía y semántica puestas a disposición de un bien común. El ataque de Noah a Ivy es significativo de esto y de los demás. Por pasos: Noah conoce el engaño antes que el espectador. Noah engaña al espectador como engaña a sus convecinos. Cuando todo es descubierto para el espectador, Noah quiere seguir jugando (es su última oportunidad de encontrar el amor, Elena me molas). El espectador no lo sabe. Ivy se adentra en el bosque y un monstruo se aparece. Ella ya sabe el engaño, nosotros sabemos el engaño, todos saben el engaño. Pero nos engaña y nos da miedo y Ivy (se pronuncia aivi y por eso pongo una i en lugar de una e) se asusta y lucha a muerte, y a ciegas, contra la propia mentira de sus padres, que les salió un niño tonto que vino a jodernos todo el plan. El inadaptado es el que crea el conflicto y para que la película se acaba, el conflicto ha de morir en manos de su solución: el amor ciego e incondicional. Matamos las perdices y nos las comemos. Esa escena, de hitchcockiano sabor, es la clave para entender el cine de Shyamalan y el cine: esa caja de trucos de magia.
Así que abran bien los ojos y que la maleza no nos impida ver El bosque y sus criaturas que somos nosotros pero disfrazados de ustedes.