Mis amigos aman vivir
de una manera furibunda,
definitiva.
Aman la música y sus latidos,
aman la palabra, los cuerpos,
la compañía,
la verdad sobre todo,
ya lo dije:
aman la vida.
En este país que, como todos,
suicida a los poetas,
ellos esquivan la vida en prosa,
esa maleta gris
donde encerrar a las gaviotas.
En este país que, como todos,
tiene las ansias calladas,
ellos persiguen la vida viva,
como el que pide habitación
en un hotel en llamas,
como la liebre que corre
para evitar su cazador.
Y es que mis amigos,
esos indómitos, esos mal educados,
esos boxeadores nocturnos,
esos borrachos,
aman con los ojos abiertos,
aman porque tienen frío,
aman por la flecha que viene,
porque sólo todos nosotros
somos los asaltantes
del castillo vacío de la muerte.
A mis amigos, esos infelices,
cuando son felices nada puede detenerles,
ninguna pared puede pararles.
Aunque tarde o temprano aparezcan
los cobardes o la policía.
Aunque tarde o temprano llegue
el cobrador que nunca olvida
y su uniforme de espanto.
Por eso,
aunque un día suceda
una excursión de abismo,
un estallido de pena,
y ya no estemos,
siempre estaremos.
Porque resistir se dijo y se dice
con la boca de la sangre abierta.
Porque aunque nos quieran cortar la luz
siempre tendremos velas.
Porque ellos me salvaron,
me salvan,
la vida.
David Eloy Rodríguez con la letra y con la música mágica de Iván Mariscal a la que siempre irá unida. Y José Mari mirando muy serio y el Chapa mirando hacia abajo. Y el Jarra mirando hacia arriba. El Pablo en el epicentro, David Franco en la periferia, el Pedro con Inma y Lucía, el Sr Bermúdez que todavía no ha llegado. Melgarejo con una botella de plástico rellena de nieves de las alturas, el Dani Mata con una Hispano Olivetti que dispara chistes y sonrisas. Susana, Patricia, Antoñita, Cheli, el color, el calor, el amor, el mar eterno en el que siempre se está más fresquito.
El Lolo en Madrid. En paradero desconocido.