WEEKEND: Largo domingo de divorcio.
Viernes por la tarde
Dudar de la importancia de Godard en la historia del cine es dudar de que estás escribiendo de cine. Dudar de los que no dudan, y entre dudas, dudan de dudar. La duda es la deuda dentro del cine del maestro francés nacido en Suiza. Confiar sólo en los juegos de palabras y poco más. Porque así se construye la deconstrucción: Separando para unir lo moderno con lo clásico que en esencia es lo mismo cuando llegue el día del prejuicio final. Que Godard nos pille sin confesar. O al verrés.
Ese día será un eterno fin de semana y habrá una larga carretera para expiar a la vecina de enfrente. Ese día llegará el fin del cine y de todas las historias que se narran para que los demás escuchen, sientan, vean. Para que las padezcan, reproduzcan, ninguneen. Acepten, adapten, amarguen, amaguen, dimitan, distraigan. Disparen. Porque el cine de Godard es impacto y es plomo en el corazón y una bala en la cabeza. Y una carretera con coches estrellados contra sus propias circunstancias y las de los demás.
Weekend
La última película de la primera época de Godard es un punto final que sirve para hacer un repaso a su imaginario anterior. Es como la película esa que dicen que te ponen en el túnel que precede a esa luz que precede a la oscuridad más persistente. La última película del fin de tu vida, celuloide atrapado al vuelo de aquí y allá que puede ser trailer o teaser pero es director´s cut impepinable. Es un repaso a pie de carretera de la semana más larga que un cineasta pueda imaginar y que está llena de muchas horas de aula o de trabajo, de mucho aprendizaje y asimilación, de muchas artes y disciplinas que confluyen en una sola nota final a pie de página (liberadora como arrancar la última página y todas las evaluaciones de lo académico y aprehendido): fin del mundo, fin del cine.
Se acaba el cine como hasta ahora lo había entendido, como ejercicio de análisis sobre (mediante) la propia construcción de la estructura fílmica y sobre su propio desarrollo diacrónico. La literatura, la religión, la pintura, la arquitectura, la música y todas las demás artes quedan aparcadas a un lado de la cuneta. Quemada a lo gonzo la primera, obligada a bajarse pistola en mano de tu coche la segunda, vilipendiadas, olvidadas, incendiadas, muertas, superadas, las demás. Ni Emily Bronte, ni un enamorado que canta por teléfono pueden competir con dos obreros (negro y árabe de izquierda a derecha) que comparten un bocadillo, toda la razón y datos económicos sobre lo que ocurre. Lo de verdad, lo tangible (como los cheques que firma el propio Godard en los títulos iniciales de Todo va bien-1972-) Lo que separa a lo filmado de lo firmado pero ya para nunca más.
Al igual que Antoine Doinel moría en la pantalla al acabar la película, atrapado por el rectangular ataud de la imagen significando así, y además, el óbito de la obra de su creador y sus posterior éxito en la vida y el amor, Godard cambia de novia, de trabajo y de peluquero con el final de Weekend, se regenera y continua con su huida hacia adelante, al final de la escapada. La imagen saturada, los filtros inmunes, un travelling de ocho minutos donde sólo queda chatarra y gente gritando antes de morir, el desfile de los personajes que entre lucha y lucha de clases pasan de una etapa a otra del cineasta. Y algunos se quedan por el camino.
Uno de ellos es Joseph Balsamo, una especie de semidios con capacidad para sacar conejos de la guantera, de hacer aparecer un rebaño de ovejas que se enfrenta a otro rebaño de borregos en coche. Es lo que salió de cuando Dios se folló a Alejandro Dumas, según él. Pero lo que realmente nos importa no es de donde viene sino adonde nos lleva. Eso es algo que él nombra como su misión: Pasar de la narrativa cinematográfica a la parafernalia. A lo que le rodea, a lo que está alrededor. Cuando se sale del cine o de una película hay otra realidad y es la que a partir de ese momento ocupará por completo la filmografía mutante del ideólogo de la Nouvelle Vague. Curiosamente Balsamo para subir al auto de Godard sólo lleva dos cosas: una chica y una pistola.
Lunes por la mañana
Hoy el despertador vuelve a sonar como el viernes anterior. Utiliza ese tono imbecil que tanto me molesta para decirme cosas que no me interesa. Supongo que me convocarán para una reunión a primera hora de la mañana y tendré que pedir permiso, como el que pide perdón, para comunicar que tengo una cita (¡con el dentista!) que me obliga a salir antes de tiempo. Luego iré al cine a ver un documental que volverá a ponerlo todo en su sitio. El cine y la realidad, la realidad y el cine, el doble filo de un cuchillo que no sirve ni para untar mantequilla. Teóricos en prácticas. La semana empieza nuevamente poniendo las cosas en el sitio que le han dicho que es su sitio. El cine sigue merodeando alrededor.
Publicado en www.miradas.net