Sunday, April 08, 2007

Concursante

CONCURSANTE: El precio justo.


Allá por el 68 (yo también nací en el 53), un pipiolo Theo Angelopoulos debutaba con orejas y rabo en el festival de Berlin con su cortometraje El programa (Ekpombi, 1968). En él, influido por una Nouvelle Vague que ya comenzaba a acusar los primeros síntomas de fatiga visual y narrativa, nos mostraba rápidamente los entresijos de un concurso radiofónico, absurdo y complaciente, que no era más que otra pieza de un engranaje absurdo y complaciente que era el mercado discográfico, que no era más que otra pieza de un engranaje absurdo y complaciente que era el libre comercio, que no era más que otra pieza….En él, el concursante era otra pieza (todos a coro: absurda y complaciente) que tenía que dar las gracias (más fuerte y más alto, por favor) al programa. Pero a él le ilusionaba, incluso se afeitaba y se ponía sus mejores galas para 15 segundos de gloria en un estudio radiofónico donde sólo lo veía un orondo técnico de sonido. Era un cómplice ingenuo y alienado, pero cómplice al fin y al cabo, que al final era condenado por la misma culpa que le había arrastrado a implicarse. Como todos más o menos.


Martín Circo Martín (nombrar a los personajes ya es una declaracion de intenciones) es profesor de economía en la universidad y se dedica a glosar en sus clases magistrales, las delicias del capitalismo y la idoneidad de este sistema para el buen funcionamiento de la civilización que nos sustenta. Su pose es tan chulesca que enamora a las alumnas y desprecia a Keynes. Anda los pasillos ostentando el poder que le da el dinero y saber de dinero más que nadie. Además para más inri, acaba de ganar el mayor premio de la televisión demostrando sus conocimientos en la materia y está tan orgulloso que no se ha parado a pensar que no se ha parado a pensar. Ya saben, en un concurso hay que responder rápidamente porque sino se te adelantan y gana otro y...Pero al final siempre gana la banca. Y de esto va la más que interesante opera prima del prestigioso cortometrajista Rodrigo Cortés (padre de uno de los mayores goces-15 días-que este cronista recuerda en un cine, además de lo que me pasó con tu prima of course), una obra compleja y rica en matices y que apuesta por la imagen y el sonido antes que por la palabra escrita, la convención flagrante y los amigos gays. Una rara avis que viene a sumarse a las últimas y atractivas muestras de que en el cine español se puede mantener una llama viva mientras salgan a la palestra directores con el talento y el magnetismo de Aliaga, Sánchez Arevalo, Sánchez Cabezudo, Lacuesta o Russo. Gente que sumar a los Amodeo, Guillem Morales, Porlan, Berger, o Rosales de los últimos años. Gente que suma, al fin y al cabo.


¿Y qué suma este Rodrigo Cortes en el panorama cinematográfico patrio? Pues suma el riesgo de contar una historia a su modo, sin tenerle miedo a equivocarse (y se equivoca, claro, cierto), utilizando la elipsis y el sonido para esquivar obviedades, lugares comunes y previsibilidad. Aporta la mirada sucia del que no cree nada más que en lo que narra sin asirse a comodines de la llamada o el público. Aporta desvergüenza, pasión por el encuadre, por el artificio y por el ritmo que le pide la historia, no el que le reclama la lógica aburrida standard de lo manido. Aporta unos actores que parecen sacados de cualquier sitio menos de una película española. Se arriesga, prepara el terreno y a mitad de la película siembra su tesis para que apre(he)ndamos la razón que mueve los hilos incluso de su propio engranaje.

Porque Concursante no deja de ser en todo momento una brillante parábola que se arremolina sobre sí misma para expandirse en su propio remolino. Una fábula donde los animales siempre ganan y donde el bueno, a pesar de descubrir al titiritero, pierde por querer seguir siendo un títere amarrado a un maletín que no da la felicidad sino que la quita. Y él, tras demostrarnos que la quita, no puede renunciar a quitarse la felicidad de cuajo aunque un viaje alrededor del mundo le espera a la vuelta de la esquina. Es el precio justo que todos debemos de pagar por tener un precio. El capitalismo viene de capital aunque todos vivamos en los barrios periféricos de sus peores provincias. Una moraleja, que también es un barrio, donde un hombre desnudo, tras el espectaculo, las sorpresas y el más difícil todavía, no deja de ser más que eso: un hombre desnudo. Martín Circo Martín. El fantasma de Joe Gillis, un mal guionista que empezaba su mejor historia tras su muerte (1), está presente constantemente en este relato que parece sacado de la mente de un Philip K. Dick con problemas de hipoteca, en una casa que arde.



Rodrigo Cortés a veces se equivoca en su atrevimiento. Alabado sea.



(1) Guiño a El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950, Billy Wilder)

Publicado en www.miradas.net

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