Wednesday, September 13, 2006

El día en que aprendimos a decir Tulús

Yo había llegado diez minutos antes de las quince y veinte. Me encaminé a la barra y tras saludar al viejo Simón,me pedí el cafe de rigor y con azúcar. Gastón comenzó a proponerme uno de esos negocios que nunca se concretan, mientras yo intentaba ver su llegada en el reflejo del reloj. Estaba pálido y triste: Hacia frío, había perdido el Cartagena en casa y en el periódico hoy tampoco venía mi esquela. Tomé mi celular y llamé a Brigitte: "Llevo 5 días con esta absurda careta, cariño, y aún no te ha dado por envíarles el fax a Las Mondes. ¿Qué has estado haciendo para no hacer eso?¿Por qué si son las 3 y 25 aún no te tengo a mi lado?" Bernard y Pierrod reían desde la otra esquina de la barra. Supongo que Gastón les habría querido vender otro remedio para la vida eterna. A mi más que la careta, mi muerte, el Cartagena y el tiempo me preocupaba que Brigitte ya compartiera con otro su cama, sus sudokus y su sudor. Pedí a Gastón un bolígrafo para rellenar el crucigrama y me dió un escorpión con la cola atada en el ombligo. "Es infalible y sólo pica cuando falla" aseguró el camarero rubio. El crucigrama estaba relleno pero con las letras cambiadas. Donde tenía que poner sinrazón ponía otra, donde encajaba perfectamente Niza se podía leer insistir. El escorpión me miraba a los ojos y yo creí comprender. Entonces apure mi café y rompí el crucigrama. Llamé a Brigitte y le dije que no hacía falta que viniera y que la esquela la rompiera o se la vendiera a otro muerto. Gastón no me quiso cobrar, Pierrod no me quiso pagar. Me quite la careta y me di cuenta de que ella tenía mis mismos rasgos. Pasaban treinta minutos de las cuarenta y 50 y yo no era feliz pero tampoco lo contrario y estaba vivo y no estaba muerto o algo así.

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