Los girasoles ciegos
Publicado en www.miradas.net
LOS GIRASOLES CIEGOS: Postales desde el folio.
El cine español en las adaptaciones, la literatura de aquí en las pantallas. Una relación tan difícil como desaprovechada, tan pasajera como sedentaria. Raquítica, desperdiciada, lúgubre. Repetitiva, literaria, literal. Y si encima hablamos de la posguerra y su podredumbre, la miseria interior y el desgarro externo, los olores, el hambre y la tierra, los vencidos y los desvencijados y demás paisa(na)je invariable, empieza todo a aproximarse a lo que ya conocemos. Y lo que ya conocemos poco nos sorprende. Es literatura y ya.
Por eso adaptar a Alberto Méndez (qepd), y su único libro publicado, era una tarea tan ardua como suicida viendo los antecedentes (más de pena que penales) de las últimas obras de Cuerda. Lejos quedó Fendetestas y Teodoro y cerca el academicismo funcionarial de Las lenguas de las mariposas y el desastre total de la infausta La educación de las hadas. Cuerda, definitiva y definitoriamente, se ha acomodado en un estilo neutro, pulcro, insípido e impersonal que dilapida la simpatía con que su trabajo era recibido años atrás por su atrevimiento, osadía y humorismo casi jardielesco. De su posicionamiento no queda nada, su ramplón posibilismo lo invade todo.
Los girasoles ciegos no es ni una mala película, ni una mala adaptación (en eso no entro porque creo fervientemente en la diferenciación intrínseca de todas las artes), es simplemente una obra marcada por el qué dirán y por lo que ya dijimos, por las jugadas cansadas y los espectadores despreocupados. Un Marienbad prosaico que para hablar de poesía tiene que citar poéticas, que para mostrar el silencio tiene que hablar hasta por los codos (Azcona escribía muy bien pero a veces eso en cine no es del todo positivo) y que para manifestar la represión recurre a una iconografía tan básica como superada por conocida y redundante. Que si estaba en el libro, que si Alberto Méndez quiso, que si la guerra civil (y la posguerra eclesiástica) fue, que si mi abuela (y los héroes del silencio y los últimos de la fila) lo vivió en directo, no legitima la anodina puesta en escena de un autor que de tanto mirar al pasado es pretérito impertérrito.
La película se ve como el que se para en un kiosco de Madrid a observar las postales de a 0,30. Con la indiferencia de la incredulidad de lo que es espejo de lo que tienes delante (parezco un cantautor malo), con el regocijo de reconocer símbolos que trasciende el tiempo en pos del lugar y lo inmediato. Luego si te paras a mirar, los edificios parecen de cartón piedra, los coches, de atrezzo, y los peatones, actores disfrazados listos para actuar en Amar en tiempos revueltos o Los miserables, el musical. Pero no entras a valorarlo como realidad (la gran baza ideológica de la propuesta) ni tan siquiera en espejo diacrónico de esa realidad. No existen puertas, solo fotos de ventanas.
Además en la película no se puede entrar porque a Raúl Arévalo no te lo crees desde el primer segundo en el que sale y desde el segundo minuto en el que habla. Ni es el personaje ni lo parece. Su esfuerzo es patente pero el personaje lo arrastra por el lodo de la indefinición, la sobreactuación y lo inadecuado. La complejidad de lo escrito se choca de bruces con la mediocridad de lo rodado, por mucho que el actor haya trabajado desde la dicción al lenguaje corporal, desde las miradas a los abruptos ataques libidinosos de un mal santo y peor hombre. Además contraponerlo a Egido o a Verdú (sin duda lo más salvable junto a la espontaneidad de un Princep empeñado en intentar rasgar el cartón del resto de la película) en casi todos los planos hacen que el naufragio, más que lástima, a veces de risa. Un actor que de momento había bordado los roles secundarios no puede llevar el peso pluma de tan aleve levedad compositiva.
Lo demás es cartón y piedra, cuchillo sin filo, tijeras sin punta, el poder de lo escrito sobre lo visto, palabras que se acumulan como uno de esos sermones que parece quererse criticar en la doble moral de una iglesia con olor a orín y lefa acumulada. Postal rancia de vieja tipografía y hormigas que quieren ser personas a fuerza de acumular rostros en el agujero negro de nuestra pertinaz sequedad creativa. A pesar de eso, no es de lo peor del año cinematográfico español pero tampoco y su visionado es posible (¿otro cine español también) como el de la también mediocre Una palabra tuya.
2 Comments:
Entro en tu blog y me sale una ventana vendiéndome un curso de dietética y nutrición. La verdad, es que no he visto la película, aunque Cuerda ya hace tiempo que me parece un cantautor malo.
10:57 AM
great my friend!
cada vez escribe usté mejor
5:18 AM
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