Wednesday, July 30, 2008

Gente de mala calidad

GENTE DE MALA CALIDAD: Los aledaños


Es difícil dar con el núcleo duro en algo tan fofo como la comedia española cinematográfica. Se intenta, se hacen comparativas, se mimetizan modelos, se rescatan momias tumefactas de recuerdos y caspa, se priorizan nimiedades, se obvian prioridades. Ni la tercera vía, ni la cuarta pared, ni el quinto mandamiento. Drove murió demasiado antes de morirse, del mejor Cuerda no se acuerda ni él mismo, Gómez Pereira se tomó demasiado en serio y decidió dejar la comedia para luego volver y que la comedia lo dejara a él (ni Desafinado hacía reír, ni Reinas hacía contener el sentimiento de vergüenza ajena), Colomo o García Sánchez no están tan lejos de Lazaga a pesar de la supuesta separación ideológica…que los une. Lo de Fdez Armero, Segura o Bajo Ulloa está más cerca de la “des” que de la gracia a pesar de su aparente (y efímero) éxito. Sólo algún destello, como la esencial, subvalorada e imprescindible Torremolinos 73 de Pablo Berger, pone calidad y avance dentro de la felizmente comedia triste de mayor raigambre española. Sólo algún dardo envenado e inconsciente, como Mamá es boba (o Un buen día lo tiene cualquiera) de Santiago Lorenzo, nos devuelve la hiel de la sonrisa menos aborregada.


El asombroso mundo de Borja Mari y Pocholo fue una sorpresa agradable que muy pocos supieron (Pablo Vázquez como casi siempre http://www.cinestrenos.com/vercritica.asp?Codigo=595) y otros muchos, ciegos por prejuicios y urgencias económicas, no quisimos ver. Sin llegar a ser ni notable ni del todo satisfactoria, se redimía por su punzante sobriedad (¡quién lo diría!), su despreocupadas interpretaciones y su valor como documento histórico y testimonial de cierto espectro (fantasmal) de parte de la población más rancia de nuestro país. Gente de mala calidad es el contraplano (yo también me apunto a las modas de los críticos de moda) de su película anterior, el negativo de lo positivo de las dos Españas negativas, de un país más de nombres que de apellidos, de cañas y autobuses de línea que nunca tardan entre 7 y 12 minutos, de la periferia de la vida (y del amor) y de calles vacías en la oscuridad fría de cuatro estaciones que son más de pizza, comprada en el chino que nos vende cerveza un poco más tarde de las 10, que de otra cosa. De los aledaños, en definitiva. De lo que rodea, de lo que comprime, de lo que prolonga. De lo que linda con otras lindezas menos guapas.


La segunda obra de Juan Cavestany, ya separado de López Lavigne, se sitúa ahí, en los confines que marcan los límites de la narración tradicional, los lugares más transitados y el cine abotargado de previsiones, pretensiones y otras enfermedades patrias. Sutilmente se aprovisiona de constantes de todos ellos y las utiliza en su contra, esto es, a favor de la película: caras conocidas en registros extraños, diálogos que no llegan ni a esbozarse, situaciones erigidas en el reverso de lo irreversible, un ritmo aquejado de arritmia y sobrado de corazón, planos largos sin mayor ocurrencia que la rutina de lo esperado. Actores, guionistas, directores, músicos, montadores, productores que se sientan al borde de lo establecido, en los aledaños del 2+2, en la sala de espera de los cineastas de mala calidad y sus circunstancias.


Y éstas, y el buen hacer de un cada vez más interesante Cavestany, son las que hacen de Gente de mala calidad la película más fresca, hiriente, brillante y acerada de lo que llevamos de año. Alejada de personalismos de baratillo, guiones en conserva, fondos de armario repletos de ropa encogida y del conformismo atolondrado por la gravedad del ombligo propio, la película roe con fruición y desgana lo tópicos endémicos de lo que viene siendo la puesta en letra y en escena de la comedia española. Cavestany y su equipo se queda en los aledaños donde el aire se puede respirar, el humo huele sólo a churros y las verdades no se confunden ni con el ruido de los coches ni con el neón de los grandes almacenes de la nada. Que Alberto Sanjuán haga su mejor composición, tras haber sido premiado por una de la peores, que Fernando Tejero de miedo y no por su interpretación, que Pilar Castro siga siendo Pilar Castro y que Javier Gutiérrez por fin (aleluya) esté convincente, también ayuda.

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