Sobre (para, con) el cine español
Resumen español del 2007 publicado en www.miradas.net.
Sobre (para, con) el cine español
Por Manuel Ortega y José David Cáceres.
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Parece que la falla más grande entre la calidad y la producción no tiene nada que ver con la cacareada ley del cine ni con nada que parezca a una ley. Quizá el gran problema radique en el apellido, en ese cine que nos empeñamos (y nos empañamos) en delimitar, premiar, masturbar y endiosar antes que en analizar. Los premios son ese reducto que desde los más esnobs a los más integrados se dedican a seguir como la luz de los faros en la tormenta de la sobreinformación. Una luz que sale del corazón enfermo de los mercachifles de cualquier condición. Desde Miradas de Cine no nos creemos ni que 4 meses, 3 semanas y 2 días fuera la mejor película de Cannes como nos negamos a pensar en que El orfanato sea la mejor película española del año. Básicamente nos negamos a creer en la palabra mejor en cuanto al cine, el arte y la comunicación se refiere. La Academia es un organismo público a extinguir como muy bien sugiere nuestro compañero Tomás Fernández Valentí en sus acontecimientos del año desde esta misma publicación. Un organismo inútil que malgasta el dinero de todos en dar sus premios a los amiguitos que más votos consigan entre los amiguitos. Una ceremonia de penoso gusto y cateta indumentaria que incluso es capaz de bajar su audiencia año tras año entre un público que demanda lo que parece que le va a dar. Una fiesta privada que en lugar de fomentar y difundir el cine de calidad que se hace en nuestro país (este año bastante gracias a outsiders y exdirectores de cortos) se dedica en hacer obscena ostentación de la baja estofa de sus compromisarios. Por eso nos encontramos en la diatriba de tener que distinguir el cine español, es decir, el mejor cine estrenado en nuestras pantallas y el cine de estado, el ensimismado cadáver de unos cineastas y demás que tienen tanta adicción a todo tipo de canon (y luego quieren hacer cine social) como al sanedrín y al boato.
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En una de las mejores películas vistas el año pasado, Yo, ópera prima del mallorquín Rafa Cortés, el protagonista, Hans, mira al fondo de un pozo y desde ese instante todo cambia para él porque adquiere una seguridad de la que antes carecía: ahora puede ser quien quiera ser. El cine español, como Hans, no tiene (o no quiere) una identidad propia, tal vez porque prefiere la comodidad de parecerse (o ser lo contrario) a otros; pero a diferencia de ese curioso albañil alemán, nuestro cine nunca se ha mirado al abismo en busca de una respuesta, de un reflejo aún a sabiendas que puede estar distorsionado. La oscuridad asusta más si proviene de uno mismo. Este año 2007 no ha traído sorpresas en este sentido: el conjunto del cine español sigue a la deriva anclado en una nostalgia que cada vez resulta más absurda, empeñado en parecer autónomo a base de copiar mal modelos industriales y artísticos ajenos, reconociendo exclusivamente al que tiene éxito comercial, adoptando posturas intolerantes desde/hacia el cine personal y de género, despreciando (o no; según convenga) el cortometraje… Y los culpables de tan desolador panorama no son los demás, somos cada uno de los que de alguna manera participamos, en este caso como espectadores y críticos, en el entramado que conforma este cine español. Consecuencia bastante relevante de esto es la repetición de un dato de lo más preocupante: nuevamente un solo título, El orfanato (J.A. Bayona), ha acaparado la mayor atención del público situándolo entre los primeros puestos de la recaudación global (puede que incluso sea el film más visto según algunas fuentes que indican que los datos del Ministerio son incorrectos). Circunstancia que viene “salvando” sistemáticamente cada año desde un punto de vista mercantil, pero que dice bastante poco del sentido de nuestro cine como industria solvente y seria. No caigamos en el error común de acusar a los espectadores de ser cómodos. Tampoco carguemos contra los media porque al fin y al cabo cumplen su objetivo a la perfección. Hay otras variables a tener en cuenta y el propio mundo del cine debe tener algo que ver en ello.
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Más allá de su rotundo éxito, El orfanato, un film de alcance limitado pero bastante habilidoso, pone sobre la mesa, otra vez, un camino no convenientemente explotado en España: el cine de género como tercera vía que facilite el desarrollo de una cinematografía, que aunque no tenga excesivas ganas de crearse una identidad, al menos pueda aspirar a tener donde asirse cuando surja la oportunidad. De esta manera, aunque sería inevitable que existieran productos funcionales y mediocridades, se puede dar salida a un cine de género, necesario en cualquier industria que se precie de serlo, y a partir del cual seguramente aparecerían voces personales. Pero no nos equivoquemos: la distinción clasista de autores y artesanos está en nuestra opinión más que sobrepasada. Fue una útil herramienta pero como la Underwood Five cumplió su función y ahora se ha convertido en una antigualla que dificulta la fluidez del análisis. La autoría es mucho más de lo que se nos vende y no es evaluable siguiendo según qué tablas, criterios y declinaciones. La autoría está en cada trabajo de los que tienen un discurso propio sin que ese discurso entre por ningún aro o por todos. Porque tan independiente es el que no quiere entrar como el que se niega a salir. ¿Dejó de ser autor Van Sant cuando rodó El indomable Hill Hunting? ¿Empezó a serlo Woody Allen con Annie Hall? Tan autor es Juan Flahn como Pedro Aguilera, Mateu Aldrover como Vicente Aranda, José Luis Garci como José Luis Guerín, Azucena Rodríguez como Pablo García. Por eso, este 2007 ha sido un año bastante rico en universos personales del cine español. Pero como siempre hay que tener cuidado al separar el grano de la paja, las voces del eco, el Quijote de Cervantes del de Pierre Menard o del de Avellaneda (lo mismo es quedarse corto por nivel o por falta de personalidad). Por seguir la voz de la postura o de la impostura. Lo que hemos venido a llamar autoría frente a autismo, básicamente.
En el terreno estricto del cine de género descubrimos, desventuradamente, pocos films realmente logrados; de estos mencionamos aquí y ahora la insólita cinta fantástica Los Totenwackers, segunda realización del director y productor Ibón Cormenzana, una deliciosa aventura infantil narrada con pulso e inteligencia. El paisaje general es bastante pobre: el thriller devaluado (Ladrones, de Jaime Marqués, La habitación de Fermat, de Luis Piedrahita y Rodrigo Sopeña), la comedia pueril marca de la casa (Salir pitando, de Álvaro Fernández Armero; Equipo Ja, de Juan Muñoz), el fantástico bajo mínimos (La hora fría, de Elio Quiroga, 2006; Moscow Zero, de Luna, 2006), el melodrama empalagoso y desapasionado (El corazón de la tierra, de Antonio Cuadri, El niño de barro, de Jorge Algora), el terror efectista (Los abandonados [The Abandoned, 2006], de Nacho Cerdà). Y a pesar de estos resultados decepcionantes, creemos que esta tercera vía es necesaria. Como revela la trayectoria de la productora Filmax, única que trabaja dentro de los márgenes del cine genero (fantástico y de terror) desde hace varios años, y que ha venido entregando pobres resultados cualitativos pero que siempre ha funcionado bien comercialmente, hasta dar un cierto giro a esta tendencia consiguiendo un inédito éxito de público (segunda película española más vista del año) y crítica con [REC] del tándem Jaume Balagueró y Paco Plaza, un estimable horror film perfectamente dosificado y vibrante, que no necesita profundizar, valiéndose solamente de la superficie, para resultar inquietante. Quizá por aquí haya un punto de encuentro entre distintos pensamientos, que creemos puedan converger (y divergir) armoniosamente.
Es el caso que nos encontrábamos el año pasado con Iñaki Dorronsoro y su notable La distancia y que este año vuelve a repetirse con Rafa Cortés y el thriller psicológico y más de Yo, Santiago Lorenzo y la comedia costumbrista en Un buen día lo tiene cualquiera, Ray Loriga y el biopic histórico a calzón quitado de Teresa, el cuerpo de Cristo o el drama contemporáneo de Felipe Vega y Mujeres en el parque. Cuatro autores que a riesgo de chocarse con las reglas no escritas de la academia, el público y la promoción nos han ofrecido cuatro obras más que estimables y de las que el cine español tendría que sentirse orgulloso. Lejos del cine con pretensiones y de qualité de andar por casa, de la formularia Siete mesas de billar (frances), la televisiva y amazatocada Mataharis, la aburrida y convencional 53 días de invierno de Judith Collel, el autismo fútil y resabiado de La línea recta de José María de Orbe, el tremendismo naif de Las 13 rosas o la novísima pero no Bajo la estrellas de Félix Viscarret.
También tuvimos el regreso de tres auteurs, así en francés, de los que teníamos muchas ganas de seguir teniendo noticias. Aupado por el Moma como cineasta a la altura de Berlanga, Buñuel o Fernán Gómez dentro del cine español, nos llegó El silencio antes de Bach de Pere Portabella, un ejercicio interesante pero de una vejez exacerbada, una irregularidad peligrosa y un alcance limitado. La película gana siempre que Portabella deja la palabra a la imagen y el sonido, consiguiendo escenas hipnóticas y verdad en este homenaje al autor alemán. Ni Guerín ni Rosales decepcionaron con dos obras que estiran un poco más su imaginario y su discurso. Guerín lo hace a lo ancho de la calle, Rosales dividiendo las estancias. Guerín esbozando con un carboncillo, Rosales cuidando bien todos los marcos. Sea de una u otra forma ambos consiguen con En la ciudad de Sylvia y La soledad lo que pretenden. Y eso nunca será pretencioso. El otro gran autor ya sólo se escribe en español y con Caótica Ana consiguió poner a casi todos de acuerdo. A Medem se le ha perdido el camino y la vergüenza y eso puedo traernos películas tan excesivas y fallidas como la que nos ocupa o bien nos puede sorprender con una de esas obras maestras que sólo se consiguen sin tenerle miedo al miedo. Tiempo al tiempo. Y quizá un guionista.
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Ha sido un buen año para los debutantes. También lo ha sido malo según como se mire. La verdad es que hemos visto un poco de todo pero preferimos quedarnos con unos cuantos nombres que esperamos que marquen un poco el ritmo y la actitud de nuestra estancada cinematografía. Por eso queremos reivindicar sobre todo las propuestas de Rodrigo Cortés, Pedro Aguilera, Rafa Cortés, Koldo Serra. Desde el escapismo visual y de toda regla marcada por vía del exceso y el ejercicio intelectual de la deslumbrante Concursante a la árida deconstrucción de la familia (de todas las familias) en la impresionante La influencia pasando por la personalidad indómita y disfuncional de Yo o el talento contenido (a ratos mermado) de la aguda Bosque de sombras.
Nos gustaría destacar brevemente nombres propios del cortometraje como Gonzalo de Lucas, Velasco Broca, Enrique Gato, Jorge Tur, Luiso Berdejo, Javier Veiga o Álvaro Collar cuya producción está muy por encima de buena parte de las propuestas que pugnarán por el Goya mostrando sus armas desdentadas por el conformismo y el lugar común. También estimulantes propuestas en los márgenes del documental (vid. Las variaciones Marker de Isaki Lacuesta; Can Tunis, de J. Gonzalez Morandi y P. Toledo). Y no se nos olvida otro medio que está surgiendo con fuerza: las series en Internet. De ellas destacamos dos presencias sorprendentes y muy recomendables Hienas de Norberto Ramos Del Val (http://es.youtube.com/watch?v=c31h8o3I-8c) y Frikis de La Mirilla Producciones (http://www.canalfriki.net/).
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