Monday, February 18, 2008

Algunas reflexiones sobre No es pais para viejos

Publicado en www.miradas.net

No Country For Old Men (Ethan y Joel Coen, 2007)
Por Manuel Ortega

Desierto asfaltado en una dirección

1. Aclaración

No voy a decir que no me gusta la película porque estaría mintiendo, así que quizá más que en contra mi opinión sea “a la contra”. Y no porque yo quiera llamar la atención sino porque lo que leo y oigo me la llama a mí. No me he leído el libro pero creo que tampoco es que haga falta. El cine y la literatura son dos disciplinas diferentes, dos artes distintos cuya utilización como elemento comparativo es tan inútil como infantil. El de La carretera si me lo terminé el otro día pero me gusta más la de Burgos que te puedes parar en el Landa a tomar morcillas. Por poner un ejemplo,
2. En materia: Asfalto

En su pequeña (aunque enorme) crítica de Boarding Gates (Olivier Assayas, 2007) en el repaso del pasado festival de Sitges, mi compañero Roberto Alcover Oti nos hablaba de ciertos directores que habían estudiado tanto los mecanismos teóricos que luego su puesta en práctica se les quedaba fría y desangelada. Yo tengo esa sensación con el mejor cine en mayúsculas de los Coen más estupendos. Me ocurre con Muerte entre las flores y me sucede también con Fargo. Me parece que son películas que transmiten una perfección deshumanizada, una maestría de librillo standard, un distanciamiento que acorta el resultado final. Ese es mi principal problema con No es país para viejos, su mecánica interna limpia y contundente, su desarrollo casi de videojuego (ya saben, superar niveles y pantallas), su previsible camino de apariciones fantasmagóricas y violentas que hacen de la sangre fácil una argumentación demasiado simple. La maravillosa escena (en planificación, atmósfera y misterio) del regreso del personaje de Brolin para dar agua al mexicano queda ensombrecida demasiado pronto por esa presencia constante y ensimismada del personaje interpretado por un Bardem que corre el peligro de convertirse en un nuevo Rutger Hauer. Lo imprevisto frente a lo ya visto, lo bueno de los Coen frente a lo malo de cierto cine de calidad. Soy más de la homérica charlotada musical de O Brother, de la narrativa disfuncional de El hombre que nunca estuvo allí, del estallido tranquilo de El gran Lebowski o la sorpresiva atemporalidad del experimento sin necesidad de demostración de El gran salto. Rarito que es uno. Casi tanto como los Coen.

3. La base: El desierto

Alacranes que se acercan a cactus que retienen tequila. Frontera entre el límite del mal y el límite del fatal. Gente que no es de ningún sitio matando a los que sólo son de un lugar. Muchas piezas, y todas atractivas, para componer la enésima mirada definitiva sobre el imaginario norteamericano y su propia esencia. Paul Thomas Anderson sabe lo que se hace y construye la tragedia piedra a piedra y agujero a agujero en su magnífica Pozos de ambición, traducción de telenovela colombiana para el genial There will be blood original. Los Coen renuncian a lo que sublima Anderson y en lugar de aplicar su abono a la árida tierra caliente intentan que todo crezca con la fotografía de una regadera. Y el desierto no es desierto porque no haya nadie, sino porque es desierto. Por eso no hay nadie. Y es lo que les falla en este caso a Joel y Ethan. Ellos se empeñan en aplicar fórmulas y en adaptar/adoptar discursos que le vienen bien a la música, a la fotografía y a las interpretaciones cuando tendría que ser al revés. Javier Bardem está muy feo con ese pelo y tiene la boca doblada como en Mar adentro. Tommy Lee Jones parece recitar el guión de la película que iba a rodar después. Kelly McDonald seguramente habrá regresado a la heroína tras no comprender su cometido.
4. La dirección: El prestigio (el truco inicial)

La película está rodada con precisión, ambientada como nadie, maneja códigos narrativos que trascienden el lenguaje común de los directores mortales (todas las escenas de la aduana, la escabechina del primer motel, la escena del regreso del buen hombre al territorio de los malos reseñado en el punto 1). Lo dije al principio aunque luego pareciera que no: La película me gusta y pasé un buen rato (quizá demasiado largo) pero creo que su condición de cine de calidad hecho adrede con reglas básicas y cosas que no caben, recortan la propia inventiva y la ambigüedad del discurso que delimita demasiado su propio alcance. Sólo hay una dirección y no hay escapatoria y ya he dicho que a mi me gustan las fugas y fugarme cantando como en O Brother, fumarme con ellos un algo y que nada tenga tanta importancia como un notas cualquiera, saltar al vacío para inventar el hullahoop y jugar (sin juzgar) un rato o que me lleven los extraterrestres porque quizá ninguno hayamos estado nunca allí. Pero también hay que contar que yo soy tan raro como los Coen cuando son raros. No como ahora que son demasiado normales.