Los 400 golpes o mas
VERSIÓN ORIGINAL, Nº 150 : LA ADOLESCENCIA
BIENVENIDO A LA CASA DE MUÑECAS: LOS 400 GOLPES O MÁS.
Por Manuel Ortega
Varias imágenes bonitas de una fea ciudad suburbial. Un vals de Chopin es interpretado al piano por un músico no demasiado dotado.
(Primera frase del guión original, que no del rodado, de esta clarividente película.)
No es fácil ser un adulto (buscar trabajo, mantener ese trabajo, una familia o al menos relaciones sexuales periódicas), vive dios, que no es fácil. Como tampoco es fácil ser viejo, ser joven, ser adolescente, ser niño o supongo que no lo será ser bebé (yo miro a mi sobrino y le veo cara de preocupación). Pero es que las transiciones de una etapa de la vida a otra tienen, por definición y lógica, que ser más complicadas aún que el grueso de cada estación. Por eso me quiero ocupar en este especial sobre la adolescencia de una de sus partes más difíciles, desagradecidas y poco tratadas: el paso de la infancia (ese paraíso perdido que dicen los cursis) a la adolescencia (esa puta mierda, que dicen los implicados.)
El debut de Todd Solondz, Bienvenido a la casa de muñecas (1995), son los 400 golpes o más de una generación americana aterrorizada y mutilada por sus propios fantasmas. Una radiografía cruel de lo que queda por fuera cuando por dentro no hay nada más que ambiciones estúpidas, competitividad absurda y viajes iniciaticos hacia la árida realidad del capitalismo devorado por las raices que se suponen que le ha de alimentar. Magnolia (casi más que Happiness) es la continuación de este itinerario suburbial, con autobuses que no paran y taquillas que no cierran. Desde un tiempo a esta parte todos estudiamos en Columbine.
Dawn Wiener ha nacido para ser infeliz o bibliotecaria. Su cara, sus rasgos, su fisionomía no engaña. Su educación tampoco. Es acusica, competitiva en lo único que puede serlo (las notas) y tiene aparato. Su vida en el instituto es lo más parecido a una pesadilla que podamos imaginar con esa edad. Sus compañeros la odian, le llaman de todo menos bonita (realmente no lo es), su taquilla aparece pintada día sí y día también e incluso cuando defiende a un pequeñajo, éste la insulta sin ninguna piedad. Los intentos por integrarse no tienen ningún éxito porque no hay nadie integro en el otro lado. Ella es diferente (especial) y eso hace que los demás sean implacables. "¿Por qué me odias?" le pregunta a una niña cuando la humilla obligándole a cagar con la puerta abierta. "Porque eres fea" contesta la otra sin inmutarse. Menos mal que cuando terminan las clases se va a casa. Pero es lo de Guatemala y Malagón, pero en el medio oeste americano.
En su casa sigue siendo Norteamerica. Un padre sin poder, una madre frustrada, un hermano que le odia y una hermana odiosa. La película empieza con un felpudo que es la entradilla standard y una foto forzadamente sonríente donde una familia fea y feliz finjen otra cosa. Luego viene la fotografía, que es el recuerdo que al final queda cuando por fin se va perdiendo la memoria. Pero a esa edad se tiene una capacidad de absorción tan brutal como la que el propio Solondz demuestra en su ópera prima (Fear, anxiety and depression es un esbozo de lo que podría haber sido un debut si las cosas fueran más fáciles) sin dejar casi ningún hueco para la esperanza, la redención o cualquier otra tontería tan cinematográfica.
Solondz en lugar de ejemplificar para sermonearnos o viceversa, se dedica a tejer una malsana fábula sin moraleja pero con animales reconocibles, sucia pero sin el desodorante simulador de otras, triste pero divertida, fantásticamente escrita pero con hallazgos visuales ilustrativos y potentes que la subliman de lo pretendido o lo expuesto a lo conseguido sobradamente. Imágenes como símbolos, con la capacidad de hacernos viajar por un tiempo irrecuperable y menos mal, con la clarividencia del que sabe que los espejos siguen sin mentir por mucho que cambiemos el peinado, la ropa o el gesto, con la contundencia del que lleva desde los nueve o diez años escribiendo y dibujando porque los populares siguen sin invitarte a sus fiestas. El momento en el que Dawn decapita fríamente a una barby de su hermana es casi un acto de vudú, la portada de un disco punk o la liberación de esa infancia que pasa a ser adolescencia cuando la barby mete en el cuerpo de su propietaria y le baja los centímetros de la falda y le sube la tarifa del móvil. O la bandeja temblorosa mientras Dawn busca un sitio donde sentarse para comer mientras los insultos, las miradas impositivas o los huecos ocupados nublan y contaminan un momento de "descanso y sosiego" en la batalla diaria. O cuando enamorada del palurdo adonis de Steve Rodgers (nueva estrella de The Quadratics, el suburbial grupo del hermano de nuestra protagonista) le prepara la comida y le cuida como si fuera su imposible marido.
Brandon ya es otra cosa (además de mi personaje favorito en este zoo de animales heridos) en la vida de Dawn. Es el matón de la clase, el que vende la droga y reparte los golpes, el chulito del que todo nos hicimos amigos y ahora las malas lenguas dicen que está en la cárcel cumpliendo condena. Es otro desheredado del standard televisivo, capitalista y mainstream que los norteamericanos quieren que sea el adolescente perfecto controlado y controlable para una sociedad de libertades duraderas y justicias infinitas. Es el único capaz de entender a Dawn porque él es igual y además tiene un hermano "subnormal" y un padre abandonado por una madre que se fue. Él vive en los límites en los que aún se puede vislumbrar un poco de verdad antes de ser camuflada por la educación, la universidad y el baile de fin de curso. Por la casa de muñecas. "Preparate, a las 3 voy a violarte" es la declaración de amor a la que puede llegar Brandon. Dawn acepta aunque luego le confiesa que está enamorada de Steve. Nadie está a salvo de nosotros mismos, definitivamente.
Tras volver a la realidad, tras el sueño en el que todos la quieren y el secuestro de Missy (la hermana asesinable), Dawn ya es una adolescente. Sólo ha aprendido que las cosas cambian a peor, que lo que viene va a ser más duro que lo que se va y que no le vendría mal documentarse con, por ejemplo, este especial de Versión original. O con la película de Truffaut al que la uno allí arriba. O con Los olvidados de Buñuel o con alguna de las de Larry Clark. De momento, y en genial metáfora, para finalizar la película se aleja en un autobús lleno de niños que cantan fatal. Destino, como no podía ser de otra forma, a Disneylandia.
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