La ciencia del sueño
LA CIENCIA DEL SUEÑO: Sueño, luego existo
Se empeñan en llamar a Michel Gondry l’enfant terrible, cuando lo que es un niño grande maravilloso que hace de lo que hace algo diferente a lo que hacen los demás. Un cineasta curtido artesanalmente en el mundo reducido pero infinito (en cuanto a creatividad e innovación se refiere) e inexplorado del cortometraje, el spot publicitario y el videoclip musical. Un mundo que algunos se empeñan en despreciar con el mismo ansia que supongo que despreciaban los productores de teatro a las primeras proyecciones del cinematógrafo. Con el ansia del miedo, el desconocimiento y el vértigo, el ansia vacía del análisis que la razón, el tiempo, el espacio, la apertura de mente y la paz inquieta (la única paz que sirve para crear) se esfuerzan en reforzar. Contar historias con poco presupuesto, con dos días para rodar y con amigos que pueden dejar de ser amigos por mezclar el dinero, el fin de semana y un bocadillo de chopped en un infernal cocktail contra las adversidades. Gondry procede de esa estirpe de cineastas hechos a sí mismos mediante películas hechas a sí mismas. Artesanía de autor le podríamos llamar.
Ahora con La Ciencia del Sueño da un paso más allá y, alejado de músicos, creativos publicitarios y Charlie Kauffman, se hace autor para los parámetros más rancios de los que reparten carnet de autor. Un tío que escribe lo mismo que después rueda. Aunque parezca increíble hay gente que sigue opinando eso y no seré yo quien desmienta una mentira tan gorda. No hace falta ni que Gondry sepa escribir (un gran director no tiene por qué saber escribir basta con qué sepa leer, Wilder dixit) para apreciar desde el principio de su trayectoria cinematográfica oficial, obviando las maravillas periféricas, una obra compacta y que se consolida, con esta última película estrenada en nuestro país, como referente ineludible de una nueva forma de entender la relación con el espectador. No tomarlo por tonto(1) ni por listo. Símplemente tomarlo y no soltarlo ni siquiera transcurrida las dos horas de digestión.
Gondry utiliza lo onírico para preservar lo único de lo rutinario. Su manera de mostrarnos que el cine es una fábrica de sueños es demostrarnos que la delgada línea que separa nuestros dos estados vitales diarios es tan fina como voluble si no somos nosotros quienes lo vivimos. El tempo narrativo se encarga de ponérnoslo difícil, la artesanal y concienzuda puesta en escena también pero menos. Como el color de pelo de Kate Winslet en Olvídate de mí o el golpeo de la batería de The White Stripes. Las manos, los disfraces, los inventos, el estudio, el caballo, forman parte de lo escondido dentro de un subconsciente que a veces es tan débil que nos hace tomar conciencia de nuestra realidad. En la fabulosa Rejas humanas (Blind Alley,1938) de Charles Vidor un psiquiatra enseñaba a un asesino, que le tenía secuestrado ,a diferenciar entre realidad y sueño, consciente y subconsciente, lo presente y lo olvidado, lo sucedido y lo inventado. En esta pequeña obra de orfebrería narrativa, el peterpanesco Gondry da su carne a Gael García Bernal que compone a la perfección el desequilibrio y el candor de un niño que crece más rápido de la cuenta cada vez que se niega a crecer. Stephane es un soñador, nunca mejor dicho, dispuesto a compartir su cama con Stephanie (o con la que se cruce en su mundo real), una Wendy insegura y juguetonamente triste que va dando un sentido y una dirección a la huida hacia el sol del hijo de su inquilina. En los sueños ella es la única y quizá es mejor y a lo mejor él también y maneja los hilos y la emisión del programa con una soltura que el calendario (el real y el que en su trabajo ha de construir) y la incomunicación con una madre con vida propia e independiente no le permite vislumbrar. El trabajo, la familia, el amor no correspondido o fracasado y la imposibilidad de manifestarnos libres, los cuatros puntos cardinales del fracaso de cada vigilia.
El fracaso de cada sueño es un despertador muy parecido de Atrapado en el tiempo (Groundhog day, 1992, Harold Ramis) o Más extraño que la ficción (Stranger than fiction, 2006, Marc Foster). A veces es la muerte como en Sueño de amor eterno (Peter Ibbetson, 1935, Henry Hathaway) donde una pareja separada por un crimen mantienen relaciones amorosas en sueños hasta que la pena capital acaba con la vida del hombre. Aquí el despertador es la propia incapacidad de Stephane de mantenerse despierto. La conversación que mantienen en la despedida deja bien a las claras que quizá es mejor que sea así y que a veces la delgada línea de la que hablábamos antes es tan delgada que no es ni línea. El optimismo vital del final de Olvídate de mí que nos conminaba a seguir luchando aunque supiéramos que todo termina en derrota, se transmuta aquí en una inexistencia de partido, partida o deporte. No hay nada más que un despertador que suena 1440 veces al día.
El sueño es una solución como en la anterior era olvidarlo todo, como en Human Nature era no participar de las normas estipuladas por gente que quiere que todo sea igual a ellos. Estrategias contra la desidia, la mediocridad y lo semejante. Estrategias que han convertido a Michael Gondry en bandera generacional de la generación, valga la redundancia, que va tras la X (¿la Y griega?) y que encumbró a Olvídate de mí como referente y que ahora sale de La ciencia de los sueños con la sensación de haber aprendido algo más sobre uno mismo. Y los demás.
(1) Hay dos formas de tomar al espectador por tonto: hablándole como si fuera tonto (de Noche en el museo a El viento que agita la cebada pasando por Crash de Haggis) o hablándole como si fueras mucho más listo de lo que eres (de Von Trier a Sokurov pasando por Recha)
Publicado en www.miradas.net
2 Comments:
Me ha gustado el texto Lolo, y no mucho la película. Creo que con tu estilo estás siempre al límite entre lo sublime y lo ridículo (mira que te lo digo con confianza y honestidad), pero que al menos nos concedes textos refrescantes, distintos, y personales (sin tener que contar historias íntimas, ojo)...y eso lo echo yo mucho en falta en un panorama actual donde cualquiera escribe de cualquier cosa con un (aparente) conocimiento de causa.
Un saludo fuerte
3:23 PM
....y sigo...no sé, es una crítica (?¿) que me ha hecho reflexionar sobre la película y apreciar cosas que podía haber defenestrado sin más. Hoy en día parece que confrontar una opinión, ceder, cambiarla, lijarla...es un símbolo de debilidad, de perdedor. Si hay gente con la que no trago es con aquella que no confronta, solo impone.
Saludos
3:48 PM
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