Saturday, July 08, 2006

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Vive como quieras



Capra no sólo ha conseguido un lugar distinguido en esa selecta compañía de directores de cine realmente espléndidos, hombres como Bill Wellman, Fred Zinneman, George Stevens, George Seaton, Billy Wilder, Henry Hathaway, el difunto Leo McCarey y (en el extranjero) Jean Renoir, Fellini, De Sica, Sir Carol Reed y David Lean. Encabeza la lista como el más grande director cinematográfico del mundo» (John Ford, 1971)

No sé que ocurre últimamente con el recuerdo de Capra y sus películas, no sé ciertamente lo que hace que cotice tan a la baja en la bolsa de lo cinéfilamente chic, de lo que se lleva o lo que no en cuestiones de nostalgias, criterios y argumentos. Supongo que es una moda de las que igual que vienen se van solas, pero solo se queda uno con “la abuela” Capra, con el simplista, con el complaciente optimista, con el patriotero americano, con el petulante autobiógrafo, con el menor de los mayores y su, absurdamente, suicida defensa. Para empezar hablemos claro: Frank Capra es uno de los más grandes de la historia del cine. El creador, artífice, padre y dios de ¡Qué bello es vivir! (It´s a Wonderful Life, 1946), Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washintong, 1939), Sucedió una noche (It happened one night, 1934), Juan Nadie (Meet John Doe, 1940), Arsénico por compasión (Arsenic and old lace, 1944), Un gangster para un milagro (A pocketful of miracles, 1961), El secreto de vivir (Mr Deed goes to town, 1936) Horizontes perdidos (Lost horizons, 1937) o La amargura del General Yen (The bitter tea of General Yen, 1932), no merece bajar un escalón ante nadie. Él estaba hecho del material con el que se hace los sueños como también lo estaban Howard Hawks, John Ford, Akira Kurosawa, Alfred Hitchcock, Raoul Walsh, Buster Keaton o Roberto Rossellini por poner ejemplos significativos de esos dioses antiguos que pueblan el mío. Cada uno tiene el suyo y cada uno tiene su criterio, pero yo les hablo de películas, de cine, del semen que hizo al niño feo que aún es (o que, desgraciadamente, ahora es), de hechos empíricos, de obras consumadas. Y el cine de Capra sólo es simplista para los simplistas que no ven más allá de la pantalla y que aún creen que 4 + 4 son 8, Capra solo es reduccionista para los maestros de reducir, de esquematizar, de bocetar ideas, paradójicamente, de muy reducidas miras. Por que el señor Frank Capra era el maestro de la ambivalencia y la contradicción (1) y aunque sus finales fueran cerrados y felices dejaba abiertas todas las puertas posibles a la reinterpretación. ¿Cómo sería la carrera política de Mr Smith? ¿Hasta cuando será posible la relación entre John Doe y la periodista encarnada por Barbara Stanwyck? ¿Después de haber visto el conformismo natural de los demás, variaba algo realmente que George Bailey hubiera nacido en Bedford Falls o en Pottersville? Capra defendía unas ideas y aportaba los argumentos para demostrar sus tesis, pero las refutaciones de cada uno de estas no eran tan meridianas como pudiera parecer por los finales felices, sino que en todo momento pone las dudas sobre el tapete de la propia existencia. Y volviendo a los ejemplos anteriores ¿No dudan tanto Mr Smith como John Doe o George Bailey sobre su honestidad, sobre sus elecciones o sobre su propia vida? ¿En que otras obras está tan presente el suicidio como única salida, como abdicación vital, como manera de arrojar la toalla sudada a la cara de los enemigos que en la del director siciliano? En el cine de Capra sus personajes no son ganadores en un mundo de perdedores sino dignos perdedores en un mundo de tramposos condenados a un fracaso aún mayor al que cualquier victoria o cualquiera derrota les pudiera deparar.. Los directores de cine de aquella época se acercaban muchas noches a Broadway y veían un acto de 3 obras diferentes por día. Iban apresuradamente de un teatro a otro y si algo de lo que veían les gustaba mucho volvían al día siguiente a contemplar la obra entera. En una de esas noches Frank Capra vio el primer acto de la comedia de Hart y Haufman y no volvió al día siguiente. La vio entera y quedó fascinado. Entonces vinieron los problemas con Harry Cohn y las amenazas de querellas, puñetazos, dimisiones y expulsiones. Y en plena disputa, y para enlazar con las contradicciones, Capra le dijo que sólo volvería a rodar para Columbia si le compraba los derechos de la obra que tanto le había gustado. El precio era ciertamente abusivo (200 millones de dólares de la época) y Cohn le replicó que por ese precio no compraría ni la Segunda Avenida. Luego dijo que sí y Capra pudo ganar su último oscar.

Y para Capra esta película era importante, era fundamental, porque le permitía seguir indagando en la bidimensionalidad del hombre bueno y del hombre malo, del héroe y del villano, del sí y del no. La historia de amor imposible entre el hijo del rico embargador y la nieta del humilde embargado le daba todas las piezas maestras para cambiar la plana y maniquea obra de teatro, que no he visto pero que ciertamente me imagino. El enfrentamiento entre el hombre integro y libertario y su especuladora y reaccionaria antítesis, se diluye, se difumina, se contaminan. Y al final aunque gane el bien, como era de esperar de este (no sabemos si por condición o por convicción, por profesión o procesión) optimista para nada moralizante, inherente a su genuina visión del hecho cinematográfico, el mal demuestra que tampoco era tan malo y que siempre es posible la redención si te replanteas tus propios axiomas. El señor Kirby, como en realidad lo era el pérfido Potter, es un hombre rico condenado a la soledad (de antología la escena en la que por fín es consciente de ello) que confiere tener todo el mundo subordinado, un viejo que viendo con el rabillo de ojo las últimas curvas de su camino decide quitarse la piedrecita del zapato. El señor Vanderhof es el patriarca de una gran familia donde todos hacen lo que quieren hacer aunque sus habilidades no estén acordes con su empeño. Escribir obras de teatro inacabadas, construir fuegos artificiales durante todo el día, tocar incansable y nefastamente el xilófono, bailar sin ritmo, traer hielo y quedarse, entrar y quedarse, mirar y quedarse. Y daban ganas de quedarse aunque, sinceramente, sólo un ratito.

La familia Vanderhof más que una metáfora al uso de la imaginativa y dolorida sociedad norteamericana es una extrapolación de unos rasgos distintivos que conforman la variedad y la mezcolanza de diversas etnias, culturas y caracteres de dicha simbiosis. Kirby no es una representación de los poderes fácticos predominantes y manipuladores sino lo que les une, el espíritu colonizador de apacaradoras consecuencias y dimensiones faraónicas e imperiales. Al final la conciencia le puede y sacrifica ese pálpito por el bien común de todos y cada uno, alejándose de todos los ismos políticos que van llegando de la vieja Europa. Capra tenía muy claro que ni fascismo ni comunismo podrían ser la salida, pues ninguna de las dos ideologías respetaban la variedad y el deseo de ser libre, independiente y autónomo, sin ataduras externas ni internas para comportarse tal y como uno mismo es. ¿Utópico o conformista?¿Optimista o pesimista? ¿militante o quimérico? Cada cual puede tener su respuesta.

Sí puede considerarse Vive como quieras como un ejercicio nostálgico (2) que reclama un pasado idílico y puede ser que imaginario y sólo presente en la gran pantalla. La “high comedy” mediante las mejores técnicas cinematográficas se había encargado de presentarnos una sociedad feliz a la vez que despreocupada, ociosa al mismo tiempo que segura de sí misma, una sociedad virtual que gente como Capra, Cukor, Lubistch, Sturges o La Cava se encargaron de elevar a la categoría de arte y a los personajes que ellas habitan, al nivel de paradigma. Por eso Susan Vance desmorona el brontosaurio (el animal extinto) de David Huxley. Por eso tenemos claro con quién tiene que casarse la Tracy Samantha Lord de Historias de Philadelphia (The Philadelphia Story, 1940). El “New deal” de Rooselvelt también tenía que ver lo suyo en todo este entuerto y es por eso que en una época en la que fueron tan frecuentes las deserciones, los suicidios y los abandonos del hogar, los Vanderhof se nieguen a abandonar su casa. Por eso y porque es lo único que les permite mantenerse unidos entre sí mismos y con el pasado. El futuro ya no importaba incluso mucho antes que vinieran Sid Vicious y Johnny Rotten para proclamarlo.

Los académicos debieron ver la cara dulce de esta amarga sinfonía, se tuvieron que quedar con el final y con las gracias de los desgraciados. Pero en el fondo esta película se caracteriza por la cantidad de giros dramáticos que van descolocando al espectador de 1938 y al espectador del 2003. Y sigue viva, sin apenas haber envejecido, sin querer darle la razón a los que niegan y reniegan de Capra y su dulzor inacabable. Supongo que dentro de 10 años estará de moda nuevamente y entonces será Fellini el damnificado, quizá Antonioni vuelva a ser considerado un genio y Howard Hawks sólo un artesano, tal vez alguien se acuerde de Losey y se olvide de Kubrick. Puede, quién sabe, que incluso Greenaway sea considerado el mejor director de los noventa y Woody Allen un botarate repetitivo, pero mientras esto ocurre o deja de ocurrir, los que descubrimos el cine con Capra, los que nos enamoramos del cine cada vez que vemos una película de Capra, los que defendemos el cine de Capra, estaremos de enhorabuena por ésta y otras muestras de su genialidad i-m-p-e-r-e-c-e-d-e-r-a.

(1) En una de las más agudas reflexiones sobre el cine de Frank Capra, Terry Curtis Fox lo definía como una masa de contradicciones cabalgando en un yo-yo.
(2) Decía Sabina (y sé que últimamente no está muy de moda citarlo) que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió.

3 Comments:

Blogger Beaumont said...

"siempre es posible la redención si te replanteas tus propios axiomas". Estupenda frase y espero que no pase a ser una de tantas sacada de contexto y publicada por estos blogs de Dios

1:50 AM

 
Anonymous Anonymous said...

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