Tuesday, December 16, 2008

Asuntos pendientes II

Stars in my Crown (1950)

Definición de himno

Yo acuso (Pequeña introducción a la armonía)

Jacques Tourneur es un director tan infravalorado como desconocido. Se le nombra de pasada y se recita de memoria las tres películas de siempre. Se habla de serie B, de artesano (¿hasta cuando vamos a estar utilizando el lenguaje clasista de aquellos niños bien?), de subgéneros y de otros lugares comunes para los teóricos del montón. Como Carpenter, Arnold o Ulmer, Tourneur forma parte de un cine más grande que su propia leyenda, de una forma de concebir los medios por encima de los fines y de una manera de mirar que no tiene tiempo (ni presupuesto) para mirarse en ningún ombligo.
Yo les tengo fe a este tipo de personas (cineastas, futbolistas, publicistas o carniceros) al igual que no le tengo ninguna, y cada vez menos, al otro tipo. Y me gusta su cine (y su fútbol y sus anuncios y sus filetes.) Stars in my crown es la obra esencial de un cineasta que no siempre hizo las películas que quiso hacer pero que quiso todo lo que rodó. Y ésta era de las que más quiso y más quiso hacer. Y la rodó

Ama, ama, ama y ensancha el alma (La armonía de crear)

Stars in my crown es un himno religioso compuesto de diferentes estrofas que van a parar a un estribillo común. Al mismo tiempo es un tratado ético sobre la religión en el que conviven varios niveles de discurso, algunos paralelos y otros transversales. A pesar de la aparente complejidad de su narración la linealidad es directa y meridiana; vamos a entrar en una historia que es en realidad un estado del alma que como en Cars (John Lasseter, 2006) cobra sentido cuando dejamos patente que es el recuerdo el único motor que mueve a sus habitantes a afrontar el presente. La escena que en la extraña producción de Pixar se hace esperar más de lo esperado (aquella en la que Sally Carrera descubre a Rayo McQueen el paraíso perdido con forma de infierno recuperable) aquí no deja terminar a los títulos de crédito: una voz, que seguirá siendo la de un niño, aunque hayan pasado muchos años y su tono sea más grave, nos presenta a todos los personajes mientras van saliendo de la iglesia que cambiará el rumbo de cualquier historia que fuera a suceder en Walesbug. Hemos localizado el tiempo, los personajes y el espacio en una única toma. Así es más fácil narrar en horizontal (hacia delante) sobre todo si eres un maestro de la narración vertical (en cada plano).
La armonía se encuentra en la música interna de su escala vertebral. En el poder de una narrativa que tiene toda la fuerza que da las reglas del encuadre, el arte de la interpretaciones y la lógica del montaje. En una celebración, sin pausas ni borracheras de ningún tipo, del noble y, a veces, ingenuo arte de que todo encaje con la precisión de las cosas que por naturaleza no encajan. Tourneur sabía que no es lo mismo construir desde el convencimiento que desde el conocimiento pero también sabía que las dos cosas se podían unir si se sabía mantener la conciencia del relato y el tempo preciso para que así se diera. Igual que en The Horse Soldiers (Misión de audaces, John Ford, 1959) aquí se repite el duelo entre el conocimiento y el convencimiento con la única diferencia que lo que se opone a la medicina en la magistral película de John Ford es la fe en los himnos de la caballería en lugar de la depositada en las oraciones de los clérigos.
Aquí la oración no cura el alma de Tourneur sino que le sirve de banda sonora para destacar una voz principal; la de Joel McCrea, un actor como la copa de un drago, que hace su entrada marcando las notas con una personalidad digna de los mejores barítonos. Su llegada al pueblo así lo testifica. Su entrada en el bar presenta todos los matices que tendremos que recordar a lo largo de la narración: fe, determinación y palabra.

Crear y/o creer (La fe)

Stars in my crown es una/la película religiosa sin parangón conocido, atemporal, luminosa y mística. Una suerte de parábola que mezcla, con fortuna, elementos que basculan entre dos mundos tan distintos pero tan complementarios como los de creer y crear. No sabremos nunca si la fe mueve montañas pero si sabemos que hace que se creen grandes películas. Aquí a medio camino, incluso temporal, de ¡Qué verde era mi valle! y La noche del cazador, Tourneur nos presenta una historia que conjuga los rasgos esenciales de la “americana” con la trastienda del western menos mitológico. La escena en la que un gallito típico del segundo se burla acorralando con su látigo a un personaje sacado de la primera (un magnético Arthur Hunnicutt en el papel de Cloroformo Wiggins) es buena muestra de lo que Tourneur propone. No es la única escena que podemos recordar rompiendo lo predeterminado por la (presunta) lógica de la historia narrada, pero si es la más espectacular al abandonar el encuadre casi pictórico de la estética común por un movimiento de cámara hacia delante enfocando la espalda de un personaje que camina hacia una pared sin solución de continuidad. La extrañeza que provoca dentro del conjunto supone el primer aviso de ruptura, como decíamos, casi genérica (¿genética?) de una historia que crea sus conflictos a medida que la creencia se estabiliza y se fortalece con el milagro de razonar. Con el milagro de esperar como un pescador (genial Juano Hernandez) que de tanto contemplar el río ha aprendido a sentir como un pez que respeta a los humanos. Con el milagro de crear la fe.

Yo confieso (La determinación)

En la excelente El incidente (The happening, M Night Shyamalan, 2008) el personaje al que da cara Mark Whalberg sabe que puede crear teorías científicas como otros pueden componer poemas o solucionar juicios y lo utiliza de manera desacertada cada vez que se le reclama como científico. Shyamalan sabe que la ciencia y la ficción no están tan alejadas como se puede presuponer y que la primera a veces tiene más de la segunda que la segunda de la primera (como también veíamos en su anterior Lady in the water). Lo que salva al científico o al escritor es la determinación para hacer lo que hace. Y el hacerlo bien, claro. El conflicto entre el médico y el cura (o entre la ciencia y la literatura para los que creemos en la Biblia como best seller de ficción) va marcando la fricción entre los elementos que conviven en la armonía. Tanto el médico joven como el clérigo curtido en más de una guerra terrenal tienen que ceder y confesar, más que los pecados propios, las virtudes ajenas y ponerlas en común para que la aventura tenga un buen puerto. La forma que reivindica al fondo, el fondo que es fan de la forma, es el camino de un cine clásico que lo es por el tiempo que hace que lo fue.

El fuego (La palabra)

Tanto hablar de equilibrio y armonía, hasta como garante del caos, y luego las películas se recuerdan por sus momentos cumbres, por escenas inesperadas o por esas imágenes que se podrían recordar separadas de su contexto. Stars in my crown tiene una donde el fuego y la palabra (sin necesidad de Elmer Gantry ni de ningún fanatismo religioso o no) hacen exhibición de lo que el cinematógrafo es capaz. Una escena que es parte fundamental de la historia del cine para todo el que crea que amar el cine no consiste en lleve una camiseta de La naranja mecánica sino (normalmente) todo lo contrario. Joel McCrea y Juano Hernández tienen que enfrentarse al Kux Kux Klan que representa lo opuesto a la religión y es al mismo tiempo la sublimación de la misma por motivos y fines económicos. Como el Opus dei en la magnífica y reciente Camino de Javier Fesser, las razones para sacrificar a la humanidad son tan altas como los emolumentos recibidos, como unas tierras que están donde ha de pasar un puente o como el puente remunerado y con aduanas prohibitivas que nos garantiza unas vacaciones pagadas y eternas en un lugar que está tan lejos como nuestra imaginación (o falta de ella) nos quiera llevar. La vida de un negro no tiene tanta importancia como las tierras donde habita si se le quema en una cruz. En esos momentos descubrimos que los mismos apacibles ciudadanos que salían de la iglesia en aquella primera escena memorable son los que tras el reverso ténebre (y temible) de la noche y la manipulación de una voz que no es la de McCrea, pueden cometer la mayor de las aberraciones imaginable. En esa dicotomía entre religión y fanatismo religioso, entre el caballero claro y el caballero oscuro representados por McCrea y Ed Begley, se esconden los nudillos de las manos de Robert Mitchum en la obra maestra de Charles Laughton. Sólo la palabra y la carta de un analfabeto que incide en la memoria y en la fe pueden hacer que todo se desmorone (las palabras que no existen nos pueden salvar, que dicen Vetusta Morla, por seguir con las citas de nuestro tiempo). Sólo la planificación de un Tourneur en estado de gracia hace que la belleza y el horror se conjugen en una sucesión, nada aleatoria, de latidos sinceros que vuelven a componer la melodía de uno de esos himnos que, al no ser nacional, puede pertenecer a todos.

Publicado en www.miradas.net

1 Comments:

Blogger Antonio Fassa said...

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10:21 AM

 

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