Wednesday, May 25, 2005

Mala sangre

Es la que tengo. Es la que me hago. Y me cago en los donantes.

Necesito gritar

¿Conocéis algún sitio en Madrid?

Monday, May 23, 2005

Antología del carnaval: Si Cádiz por fin

Si Cádiz por fin fuera cantón independiente
para gobernar una república de barcas
dándole la espalda a su maldito continente
y la dejaran siempre junto al mar sin tocarla
si pudiera hablar con la otra orilla
y recogiera los vientos que soplan de las Antillas
yo, por mí, arrancaría su morada bandera
y honda la clavaría en la playa de la Victoria
para que tó el mundo la viera
mi bandera enrredaíta en una caña de pescar
¡Qué playita, qué victoria, qué pais y qué bandera!
alargando su frontera hasta los límites del mar
tierra, tierra, tierra, de los gaditanos
yo tiré la piedra y enseñé la mano
tierra, tierra, tierra, pero no tiemble usted
que no hay patria que valga una guerra
aunque... por Cádiz... No sé.


Juan Carlos Aragón para "Kadi City, ciudad sin ley"

Sunday, May 22, 2005

El que faltaba

Pues como era de esperar el señor Pablo Terradillos, el epicentro de todo lo bueno, el teniente corrupto, el capitán osasuna, ha aterrizado en el curioso mundo del blog. Este ser mitológico que a veces se parece a Melendi y a veces no, que se ríe como el perro patán y a veces no se ríe, que es mi amigo y siempre sí, vendrá a premiarnos, cuando le dé la republicana gana, con sus águdas reflexiones y con su alma de saltimbanqui.

Lo podéis encontrar en www.peibolt.blogspot.com

La enfermedad

De un tiempo a esta parte me pongo enfermo con una facilidad que acojona. Este fin de semana ha sido un ejemplo significativo. 39 de fiebre, entradas para el basket pérdidas, garganta inflamada, picor agudo en un oído, espalda dolorida. Alergias y tristeza. Mucha tristeza. Todo el domingo dormido, el norte perdido en el norte, el sur extraño y triste en el sur de los móviles rotos. No saber de que escribir ni como mejorarme en cada sentido. Veo una película, oigo a los vecinos de al lado, huelo a perro viejo y cansado, sé a garganta seca y sola. Siento lo del otro día. Me dirán que me cuide, que salga menos, que me controle más, que coma sano, que beba agua, que aprenda a decir que no cuando quiero decir que sí. Yo os diré que sí pero ya saben que luego me lío y que se me van los pies, las manos y la vida. Mi vida hoy es un oido que pica, una garganta que molesta, una espalda que duele, unos ojos que escuchan, un cansancio que huele, una película que empieza. Segundas partes nunca fueron buenas si salimos derrotados del vestuario.

Si ahora no, ¿cuándo?

Si ahora no, ¿cuándo?

¿Nos reconocéis?
Somos las ovejas del ghetto,
esquiladas durante mil años,
resignadas a la ofensa.

Somos los sastres,
los copistas, los cantores
marchitos a la sombra de la Cruz.

Ahora hemos aprendido los senderos del bosque,
hemos aprendido a disparar,
y damos en el blanco.

¿Si yo no soy por mí, quién será por mí?
¿Si no es así, cómo? Si ahora no, ¿cuándo?

Nuestros hermanos subieron al cielo
por las chimeneas de Sobibor y de Treblinka,
se cavaron una tumba en el aire.

Sólo unos pocos hemos sobrevivido
por el honor de nuestro pueblo hundido,
por la venganza y el testimonio.

¿Si no soy yo por mí, quién será por mí?
¿Si no es así, cómo? Si ahora no, ¿cuándo?

Somos los hijos de David
y los obstinados de Massada.

Cada uno de nosotros lleva en el bolsillo
la piedra
que le abrió la frente a Goliat.

Hermanos, fuera de la Europa de las tumbas:
Subamos juntos hacia la tierra,
donde seremos hombres entre los demás hombres.

¿Si no soy yo por mí, quién será por mí?
¿Si no es así, cómo? Si ahora no, ¿cuándo?

Primo Levi

Friday, May 20, 2005

Dos o tres cosas que sé sobre ella

No me quiere
No le gusto
No lo sabe
(bueno, eso no lo sé)

Thursday, May 19, 2005

Lo de ser canción: Esos vinos de reservas

Hoy todo es un poco así: La jaula dentro del pájaro. La bragueta dentro de la picha.


ESOS VINOS DE RESERVA

Esos vinos de reserva
no se reservan para mí,
que mis delirios de grandeza
hace ya tiempo que los perdí,
hace ya tiempo que...

Esta fue la nota que un día nos dejó,
la derrota que cada mañana probó
como amargo jarabe para el que nadie lo preparó,
la vida que nadie le enseñó.

Esos vinos de reserva
no se reservan para mí,
que mis sueños de grandeza
hace ya tiempo que los vi
empobrecerse junto a mí.

Y con la altura de la progresión
del talento de hombres de su admiración,
con la altura de sus pasos seguros por encima del mundo,
su agujero fue más profundo.

Y un día, en un lago de cristal,
el amor lo vino a rescatar,
y mayor fue luego su derrota.

Porque esos vinos de reserva
nunca fueron para él,
y para olvidar esa miseria
en las drogas se quiso perder,
y en drogas se gastó,
me contó, mucho más,
mucho más que los ricos
en restaurantes y demás,
y aprendió a robar
y robó... esos vinos.


(Chucho)

A vueltas con las matemáticas

"Yo me enamoré y me ilusioné en la esquina con la 56"

(Mártires del Compás en "Nueva York")

Fahrenheit 19505

Hoy me tendría que morder la lengua. Estoy mal en el trabajo, Tengo el trabajo ideal. No tengo idea de mi trabajo. Me la jugaron, ayer se la jugaron a mi compañero y hoy yo no tengo ganas de jugar. No les voy a seguir el juego y va a parecer que les echo un pulso. Hemos sido los mejores pero yo no voy a la fiesta. Sería un aguafiesta y yo en las fiestas bebo whisky. Es mi protesta callada pero muchos ya lo saben porque no me gusta morderme la lengua. Y muchos se van de la lengua. Y a mi hay cosas que se me ven a la legua. Soy uno de los que más dinero gana de mi categoría (junior de segundo año), estoy en el mejor sitio en el mejor momento pero mi dignidad no cotizará a la baja. No cotizará. No cotiza.

Tuesday, May 17, 2005

Mis amigos: Alberto Porlan

Estamos de estreno en La impostura del misionero. Será que me hago viejo. Aquí de vez en cuando apareceran textos míos sobre amigos. Espero que los que vayan apareciendo estén encantados y los que de momento no salgan no se enfaden. Y no lo digo por mis amigos sino porque este país es muy raro. Lo digo por experiencia.

Veamos.El otro día presenté al escritor, director de cine, guionista, arqueólogo y demás en un recital en Sevilla. Hoy lo reproduzco aquí porque ya saben que las palabras se las lleva el viento. Los blogs de momento no.




Tengo que presentar a Alberto Porlan y no es fácil, creanme. No es como presentar a Maradona, a Raquel Welsch o Sergi Bruguera. Estos son acordes a lo que son. Acordes, acuerdos. Tienen sus problemas, sus idilios, sus carencias. Ca uno es ca uno y para verlos y conocerlos basta sólo con inclinar el espejo con el ángulo apropiado. Alberto Porlan no se refleja en los espejos y no porque sea un vampiro, sino porque es más rápido o más grande que todos los espejos. Tú lo quieres mirar o le quieres hacer una foto y ya no está. Lo quieres definir y ya puede venir la RAE, la CIA, el CSI, la SGAE o la RENFE que nada quillo, que ya está en una cueva, que en un verso, que en una laguna Estigia. Alberto Porlan escapa a cualquier definición porque escapa a cualquier presidio. Vivir libre es vivir sin hipotecas, ni morales, ni modales, ni económicas, ni ecuménicas. Alberto lo sabe y lo saborea.

Pero bueno que si nos ponemos presentadores presentadores (que para eso he venido) tendré que decir que Alberto Porlan es un pino como la copa de un escritor, un poeta mágico y único de generación… espontánea, que nos ofreció Pájaro, Peña y Perro y que nos retrasa nuestro País mientras presenta sus Pecados, que ha escrito novelas como Luz de Oriente o Quasar Azul que algún día un listo (pero que lo sea de verdad) volverá a reeditar o a llevarlas al cine y comprarles palomitas e intentar besarlas allá por el minuto 27. Que descubrió un juego en una frase de Billy Wilder y arrampló con el lugar común del juego toponímico para enseñarnos que en verdad todos partíamos de un lugar común, que no es terruño ni es frontera, en Los nombres de Europa. Guionista cuando las Leticias se llamaban Valle y no Ortiz Rocasolano y aún tenían memoria. Director de la memoria cuando tanto se estila el olvido. Nos metió a todos en Las cajas españolas y confió en que la distribución y los que manejan y los que cotejan por el cine de sus dividendos tuvieran gusto. Ay Alberto con el pelo blanco y aún tan niño. El gusto fue nuestro de los que tuvimos la oportunidad de verlo, un documental que venía a recordarnos que la obra está siempre, pero siempre y cuando siempre quiero decir siempre, por encima del autor. Las cajas españolas fue el documental sobre las obras, sobre los que defienden anónimamente las obras, sobre los que son obra. En otro desorden de cosas antiguas y por descubrir, Alberto Porlan es Indiana Jones pero con el pelo blanco y con una conversación mucho más interesante. Por eso os conmino a que lo escuchéis cuando lea y a que después iniciemos un coloquio precolocón, y precolombino si se quiere, para que vosotros podáis compartir lo que en La Palabra Itinerante sentimos por este ser admirable.


Yo podría decir todo lo que ha significado este señor para mí y para los que me rodean. Lo que puede pasar a significar para vosotros cuando oigáis lo que os tiene que decir. Pero yo ya no voy a decir nada más……………………………………………… Alberto Porlan.

Monday, May 16, 2005

Lo de ser canción: Jesús.

Nueva sección para los misioneros y los impostores. Hay días que me siento un hombre, otros un animal, a veces como un vegetal, duro como una piedra, vapor de aíre, hierba pisada. Los días que sea canción me copiaré aquí.

Jesús

Muéstrame cómo es,
prometo que esta vez todo va a salir bien.
Ahora tengo una misión,
ven y camina de mi mano,
camina a mi lado, conmigo.
Sólo enséñame para que pueda ver
porque en mi vida he fracasado
una y otra vez, una y otra vez.

Está por todas partes,
está rondando por aquí,
ha venido a verte,
a quedarse junto a ti.

Muéstrame cómo es,
prometo que esta vez todo va a salir bien,
todo va salir bien.
Mantente unido a tu familia,
en sus cadenas serás libre,
con ellos serás libre, con ellos.

Sólo enséñame para que pueda ver
porque en mi vida he fracasado
una y otra vez, una y otra vez.

Está por todas partes,
está rondando por aquí,
ha venido a verte,
a quedarse junto a ti.


(Los Planetas)

Ojos cerrados de par en par

Eyes Wide Shut


La verdad sobre perros y gatos


Y al final llegó el final cuando menos se lo esperaban. Stanley, el gran Stanley, dejaba de respirar un domingo de marzo en su casa de Childwick Bury. Y nos dejó una última obra que a las incógnitas propias de la genialidad intrínseca al ya orondo autoexiliado, se les unían las incógnitas de no saber que hubiera cortado o de que si ese final tan explícito y deslenguado era el que él había elegido para concluir su película. Pero así concluyó su carrera con un “Vámonos a follar” que como resumen vital no está tampoco nada mal. Aunque ciertamente está lejos de la trascendencia que Paul Schrader concedía a Yasujiro Ozu, Robert Bresson y Carl Theodore Dreyer (1) y que casi todos concedemos a Kubrick. Y aquí en Eyes Wide Shut, no sé si por motivos personales o por motivos universales, es donde más trascendencia le veo a este director del que me apasionan sus filmes más pequeños y de género por su complejidad genuina (la narratología de Atraco perfecto/The Killing, 1956, la manera de rodar de Senderos de Gloria/Paths of Glory, 1957, el ritmo de Lolita, 1962) y me aburren sus filmes aparentemente más complejos por su vaciedad y discreción intelectual (el didactismo demodé de La naranja mecánica/A Clokwork Orange, 1971, la abrumadora información superflua de Barry Lyndon, 1975, la ingenuidad farragosa de 2001: Una odisea del espacio/2001: A Space Odissey, 1968) (2). Y parece una herejía o un esnobismo o una manera de tocar las pelotas que alguien consideré su última obra como la película más rica, profunda y exquisita que rodara, pero me parece más hereje, más esnob y más tocanarices esa corriente inexplicable, incomprensible para mis limitadas entendederas, que trata de descalificarla caprichosamente, de no reconocer a su director en ella, de considerarla como la peor de su filmografía, como una guinda podrida en su fabuloso pastel. Dicen que el tiempo da y quita razones pero seguramente no estemos aquí para comprobarlo. Así que todo esto es baladí. Vamos con la película que es lo que nos interesa.
Eyes Wide Shut es el proyecto por el que se decantó Kubrick tras su parón más dilatado, quizá por recomendación de la Warner que había alcanzado el sueño dorado de juntar a la aparentemente feliz pareja formada por Tom Cruise y Nicole Kidman en una película sobre una pareja aparentemente feliz. Pero Dios (o el Diablo) tiene estas cosas de jugar a su antojo con los designios y los deseos ajenos y que mejor demiurgo que Kubrick para suplantarlo detrás de la cámara. Aunque él estaba más inclinado por volver a rodar una película de tono fantástico tras la oferta de dirigir Entrevista con el vampiro (Interview with a Vampire, Neil Jordan. 1994) (3) creyó que ésta sería una gran oportunidad para volver por la puerta grande. Lo que él no sabía es que sería su salida. Por la puerta grande, eso sí.
Nos encontramos ante la adaptación de la novela "Relato soñado" escrita por el médico vienés Arthur Schnitzler, discípulo aventajado de Sigmund Freud y Ernst Jung en el análisis de los resortes que mueven, remueven y promueven la sexualidad entre los hombres, las mujeres y sus circunstancias. Ácida, pesimista decadente, punzante, decididamente desoladora, esta pequeña gran novela fue adaptada con convicción, y con mirada precisa de entomólogo, por un Kubrick tan minimalista como siempre, tan convencido del material que tenía entre manos como de costumbre. Además, y esperando que sirva de precedente, Tom Cruise está creíble y sabe transmitir con la mirada, con las manos, con la forma de andar, el demonio de los celos que lo posee inevitablemente a lo largo de toda la película. Su interpretación es convincente y para nada histriónica como sí lo era, hasta decir basta, en su actuación más celebrada, la insoportable creación del gurú Frank T.J. Mackey de la por otra parte muy interesante Magnolia (Id, Paul Thomas Anderson, 1999). Su ex-mujer, la cada vez más guapa y mejor actriz, Nicole Kidman también sabe transmitir con solvencia esa mezcla de honestidad orgullosa y de culpabilidad injustificada que la confesión de sus deseos más íntimos le confiere. Su marido parte en busca del orgullo perdido mientras que ella, que lo sabe, se queda en casa conservando algo que ya su partenaire ha extraviado con su partida: la dignidad. Así Schnitzler, Raphael (el guionista, no el cantante) y Kubrick muestran las diferencias insoslayables entre hombres y mujeres: la verdad sobre perros y gatos.
Una imagen imaginaria, valga la redundancia, atormenta la conciencia de Tom Cruise y hace tambalearse toda la realidad (¿real?) construida a bases de estudios, trabajos y dinero. A lo largo de la película se demuestra como lo irreal puede con lo tangible, como los deseos baten a las certezas. En esa imagen en sepia que a veces se le aparece en el taxi o en el trabajo y en la que se ve a su mujer retozando con el oficial de la marina en la que suponemos que fue la cama en la que el matrimonio fornicó en sus vacaciones (que curiosa son las cosas de los celos y la masoquista martirización a la que los humanos somos tan propensos en general y los hombres en particular) se resumen todas las pulsiones que hacen desarrollar la enfermiza trama de un aparente doctor. Estoy con Hernández Les (4) en que hubiera sido mucho más atractivo que la imagen que se repitiera como obsesión fuera la del sueño de Kidman con 200 tíos y no esas con un oficial que parece sacado del ya desaparecido programa televisivo, por fortuna, Uno para todas.
El paso a thriller con un despistado aspirante a detective que va mostrando a diestro y siniestro su placa de médico como si de la de un policía se tratara y cuyas pesquisas siempre van atrasadas irremisiblemente, dio a Kubrick la oportunidad de la trasgresión genérica de la que siempre gustó hacer gala. Aunque cierto es también que quizá aquí es donde con casi toda seguridad él hubiera variado cosas en el montaje al que por esa muerte repentina no le dio tiempo a acceder. El halo de misterio y de culpabilidad zarandea aún más al incauto JASP/WASP que si lo llega a saber no le hubiera pillado la marihuana a su mujercita. Todo parece un sueño, una pesadilla pesada y en espiral que va complicando la apacible vida burguesa de manera ininterrumpida para solucionarlo luego de una tacada. Como casi siempre pasa en los sueños. Y en la vida. Y en las películas.
Pero acudiendo al título de la novela en muchos momentos al ver la elevada complejidad que va adquiriendo el desarrollo podemos pensar que todo se va a solucionar como si de un mal cuentista se tratara: con Cruise despertando en la cama y Kidman aligerándole para no llegar tarde a la fiesta de Victor Ziegler (un Sidney Pollack que sustituyó a un hastiado Harvey Keitel, y que por lo visto era una imposición de la Warner para que vigilara el trabajo de Kubrick). Pero por suerte y por la calidad insobornable de su director esa sensación es despejada.
Sobre la polémica del final yo no puedo decir que fuera el elegido por Kubrick pero si puedo apuntar que creo que es muy acertado en esa vuelta a la normalidad, a la realidad “real” y burguesa de esa familia aparentemente feliz a la que un terremoto interno e “irreal” (¿?), que deja algún daño colateral en la población civil más cercana al lumpen (5) sin esas casas de diseño tan protegidas y tan protectoras, ha estado a punto de condenar a la disolución. Unos grandes almacenes repleto de juguetitos caros y con una niña inocente ajena a los turbulentos últimos días de sus progenitores, reflejan muy bien que todo se puede solucionar yéndose uno de compras. Y después a follar, esa llamada a lo animal para erradicar las enfermedades de lo racional que no sabemos si arreglará o no todo lo estropeado los últimos tiempos. Al menos un ratito sí lo arreglara, supongo. Aunque conociendo la naturaleza del hombre y la adhesión de los celos en la memoria de éste ese final aparentemente optimista se verá trocado con casi toda seguridad en cuanto Cruise en pleno acto sexual pensara en lo que podría estar pensando su compañera. Ay.
La muerte de Kubrick hizo que la expectación de gente que incluso jamás había oído hablar de este hombre se disparara hasta extremos insospechados. Incluso en Italia superó en la primera semana de exhibición a la entonces muy de moda La amenaza fantasma (The Phantom Menace, George Lucas, 1999) haciendo de Kubrick el autor comercial que él nunca aspiró a ser. Si repasamos su obra y sus cifras tampoco podemos considerarlo veneno para la taquilla precisamente, pero nunca podría haber imaginado esas cifras con una película de un argumento y de una realización tan alejada a los gustos de los devorapalomitas.
Quedan guiños a otras de sus películas: la pareja con vástago en plena enajenación del padre (El resplandor/The Shining, 1980), padre e hija que pueden que no lo sean (Lolita), fiestas suntuosas (Barry Lindon), sociedades secretas (La naranja mecánica) y el poder inapelable de los de arriba (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú/Dr. Strangelove or..., 1964, Senderos de gloria).
Y queda la última obra de Kubrick y una de las más bellas, una de las más profunda y, si hacemos caso a uno de sus colaboradores, la favorita del propio Kubrick. Un broche de oro para una carrera no tan perfecta como muchos piensan, pero sí tan importante para la historia del cine como estos mismos defienden.
(1) SCHRADER, Paul, El estilo trascendental en el cine. Ozu, Bresson y Dreyer, Ed. JC.
(2) Escribo este artículo mientras escucho Yo quiero tener un millón de amigos de Roberto Carlos. Pero creo que ni por esas.
(3) Que no le apasionó pero que despertó nuevamente su entusiasmo por uno de sus géneros más caros
(4) HERNÁNDEZ LES, Juan Antonio: Confesiones de un crítico de cine, Ed. JC
(5) La puta en la morgue.¿El pianista en Seattle sólo con un ojo morado?


Manuel Ortega

Sobre lo que me pasa...

...se han escrito miles de libros, una encíclica y seis prospectos. Sobre lo que me acontece se podría leer cientos de páginas. 57, 31, 428 letras de canciones. 1006 intentos de fuga. 512 contratos temporales. 1 ó 15 ó 16 mensajes de texto. 666 cartas de amor. 3 posts, 2 blogs, 1 bluffs. Al fin de cuentas, la exactitud es un error de cálculo.

El recuerdo

Hay cosas que no se pueden borrar. Por ejemplo, una goma.

Tuesday, May 10, 2005

¿Lo hace por mi bien?

Al móvil le ha dado por borrarme todos los números y muchos mensajes. Se ha ido Billy Wilder y ahora el depertador suena como un despertador.

Al borrar mucho de los mensajes he perdido información sobre algunos números. He perdido todos los números que nunca me habían mandado un mensaje y los que sólo me mandaron mensajes desde navidad a hace 2 días. Mi lucha contra el mensaje (infructuosa, falsa, esteril) ha hecho que el mensajero me haya apuñalado por la espalda.

¿Habrá hecho una selección o una purga?

En el coma de Joe Kopicki

Hace casi una semana que cayó en coma y calló y punto. Eran 2307 mensajes, casi un año de pertenencia a un club donde al final acabaron admitiéndolo. Y eso siempre fue el gran problema de quien se muestra tras Joe Kopicki. Su lucha por la inserción, su huida tras la consecusión. Ya en Terra fue presidente antes que pivot haciéndose llamar Rufus T. Firefly y aún guarda amigos de aquellas noches acompañado en una casa vacía. El otro día lo vieron a altas horas de la madrugada con dos de ellos (jota y rax para más señas).

Kopicki nació del amor a la estadística, un adsl que había que utilizar y sus problemas de insomnio. Empezó a escribir por curiosidad malsana. La que guía los dedos de todos los niños hacia los enchufes. La que nos guía ya de mayores a otros enchufes. La que guía a los barcos en las tormentas (que diría Ivan Mariscal pixie) La que guía. Un día que ocurrió algo terrible comprendió que quería pertenecer a esa comunidad de gente que lloraba. Lo siguiente es conocido por todos. Hasta que el día 4 de mayo a eso de la hora de comer se vio en la mesa de siempre con camareras amables y solicitas (solicísisisismas además) Salió al McDonald y pilló oferta y decidió que quizá fuera hora de dejarse de mensajes y de esperar y de buscar opiniones sobre su opinión. Entró en coma y se dejó de puntos y seguido.

Cada día se soprende ante nuevos enlaces a esta casa virtual que habita de vez en cuando. A muchos los tiene en el msn. A otros en el correo. A cada uno en el recuerdo. Volverá. Eso lo sabe hasta Davalillo.

A todos nos gusta comer bien.

Monday, May 09, 2005

Luces

Extraído de unos de los comentarios del gran Chapa en su imprescindible bitacora: www.cambiodeagujas.com. Algo así como:


...es muy difusa (y por ello peligrosa) la frontera entre la integridad y el integrismo.

Luces para estas horas de la mañana. Luces como siempre, amigo.

El sábado tenemos una cita con la poesía y la amistad en la sala El Cachorro de Sevilla donde Manuel Fernando Macías presentará a García Argüez y éste a su vez su nuevo libro (Cambio de agujas) y un modesto particular dará entradilla al enorme talento y a la enorme escritura de Alberto Porlan.

Otra luz: La que entra ya por la ventana. Un antiestamínico, un duchazo, un estornudo y me piro para el despacho. Llegaré con dos horas de adelanto. Adoro esto de acostarme temprano y levantarme idem. Ir al supermercado, comprar vino y no abrirlo esperando que haya una mejor ocasión. Una vez cada año está del carajo.

Una luz más: El batido de vainilla.

Sunday, May 08, 2005

La razón para seguir

(1)
Mirar y ver y aprender que en esa cara está la vida
Este es el despacho de mi jefe, esa es tu lengua y mi vida

(2)
Mirar y ver y aprender, en esa sonrisa cabe el mundo,
este es el muñeco que dice como está mi vida
(un muñeco de esos que yo digo que dicen como está mi vida),
tú eres mi mundo, mis trizas, muñeca
Ella sonríe y le da cuerda a todas las pilas.

(3)
Me pongo nervioso, miro a otro lado, le toco el brazo
La energía, el big band, el big ben es ella la que marca
Celebro el gol como si nada importara todo,
las reglas, el sentido, la vida, están en una muñeca.

(4)
Yo me pierdo en bares, en libertidos divertinajes.
Chicos nos vamos, mira tú por donde y ahora
que yo aprendía y veía y miraba.
Vamos a coger el metro, el 5
Ok, yo me voy a coger una borrachera.

(6)
De ella no sé nada al día de hoy
Sólo que en su cara está el mundo
para los que amamos el espacio interior.

(7)
de abril del año en curso

No soy Alex de la Iglesia

Por si alguien más me lo pregunta.

Friday, May 06, 2005

Viernes madrugada

En casa con David el gnomo, Johnnie Walker y los 120 goles de Maradona. ¿Conocen un plan mejor?

Thursday, May 05, 2005

La envidia del pene

Rohmer cuando aún era un mediocre crítico y no se había convertido en lo que es: un director mediocre. Sobre John Huston:


"Los poetas-y los cineastas- son niños grandes pero nosotros tenemos dificultades en ver en John Huston ese "enfant terrible" del cine americano que algunos espíritus avanzados se obstinan en descubrir en él. Podríamos ser más indulgentes si todo lo dicho a propósito de John Huston no nos impusiera el deber de colocar a nuestro hombre en su verdadero lugar: el cineasta más burgués de los dos continentes. Huston no tiene talento más que para denigrar el cine. A uno le puede gustar Husto, pero difícilmente le puede a uno gustar a la vez Huston y el cine"

Eric, bonito y avejentado niño bien, nunca harás Dublineses. Siempre te faltó lo que él siempre tuvo.

Canciones de amor que me parecen de amor: La niña de la palmera

La niña de la palmera


Las arañas cuelgan de la pared,
pero yo cuelgo de una palmera
palmeras que en la playa se sustentan,
de la espuma y de la marea

Tú mueves las aguas de mi borrachera,
yo me agarro al viento
para que vaya más lento
sólo por ti


Caen las redes de la madrugada,
luz de un cigarro, humo que vuela
yo caigo en tus redes y no puedo escapar,
fui pescaito en una noche negra

Tú mueves las aguas de mi borrachera,
yo me agarro al viento
para que vaya más lento
sólo por ti


Solo solito voy, bajo la luna llena,
de tus ojos soy cautivo y de tus labios centinela
Solo solito voy, mi corazón se quema
soñando con tu pelo, mi niña de la palmera

Sueño que me duermo entre tus ramas
se pierde en mi recuerdo
las huellas de mi piel.
Cuando llegue la mañana de resaca
tú me tienes que querer

Solo solito voy, bajo la luna llena,
de tus ojos soy cautivo y de tus labios centinela
Solo solito voy, mi corazon se quema
soñando con tu pelo, mi niña de la palmera


(Los Delinqüentes)

Era de suponer

La fama es la confirmación de todas las sospechas

(Manuel Fernando Macías)

Wednesday, May 04, 2005

Cobertura

Cómo me gusta escribir en una lengua
que dicen que se muere.
Màrius Sampere

 

Empezaré por el final porque el principio es bastante triste: vale la pena reír, cantar en la ducha, ayudar a abrir la puerta a una mujer que regresa del supermercado cargada de bolsas, olernos los dedos antes y después de, dar conversación a los taxistas, entrar en una tienda y probarnos ropa que no podemos pagar... Eso lo pienso ahora, claro, mientras recuerdo la última parte de una historia que quizás escriba algún día y que se inicia con la tarde en que, leyendo el periódico en la sala de espera de un médico, me entero de que la novela ha muerto. Lo afirma, en las páginas culturales, la novelista que más admiro. Dice: «La novela ha muerto», y, después de leerlo, no doy crédito a sus palabras. El hecho de que, con una inmutabilidad de forense, una reconocida escritora certifique la muerte de la novela me trastorna hasta el punto de pensar en abandonarlo todo y, en particular, la novela que, desde hace más de dos años, intento terminar. Para diferir la noticia, recuerdo que miro a mi alrededor y que me pregunto qué hago aquí. La respuesta, lenta, llega: estoy en la sala de espera porque, después de haberme ordenado hacer unos análisis y una resonancia magnética, el médico me ha citado para comentar los resultados. No he abierto ninguno de los dos sobres porque me da miedo. No tengo ningún motivo para pensar que me ocurre algo. Me encuentro bien. Los mareos y los vómitos de hace unas semanas no se han repetido. La taquicardia también. Pero nunca se sabe. «Por si acaso, nos haremos unas pruebas», dijo el especialista utilizando una primera persona del plural que, si la cosa se pone fea, sólo me incluirá a mí. Por eso he venido, recuerdo, para salir de dudas, convencido de que no tengo que abrir los sobres y temeroso de continuar leyendo el periódico en el que la escritora entierra la novela. Me sudan las manos, como le ocurre al asesino de la historia que, a trancas y barrancas, estoy escribiendo. Como en casi todas las salas de espera, el paisaje es desolador. El papel pintado, el color de la moqueta, los cuadros con escenas de caza, los grabados de la ciudad amurallada, al mesita sorbe la cual se amontonan las revistas manoseadas y la tapicería de las sillas compiten en fealdad. Los médicos decoran las salas de espera así para tener parte del trabajo hecho, recuerdo que sospecho. Si el diagnóstico es positivo, lo sobrevaloramos porque acabamos de salir de un paisaje que anula toda esperanza y que contrasta con la luminosidad de la bata blanca del doctor. Si, por el contrario, es pesimista, no nos sorprende, porque nos parece la consecuencia de una decoración de una sala de espera que no hacía presagiar nada bueno.
      Dejo el periódico encima de los sobres, en la silla de la derecha, porque no quiero mancharlo de sudor. Me miro las manos. Me gustaría ser capaz de interpretar la red de líneas transversales y paralelas, de la vida o del destino, del éxito o la salud, pero sólo consigo comprobar que antes nunca me había mirado las manos durante tanto rato y que eso debe de significar algo. Ojalá hubiera alguien en la sala con quien charlar. Podría hablar de deportes, del tiempo, de política, de enfermedades, de cualquier cosa. Incluso de temas más trascendentes, como por ejemplo la muerte de la novela –o, mejor todavía, de cómo se muere la lengua en la que escribo la novela-. Necesito abrir la boca, utilizar las palabras para descargar la tensión que, de un modo gradual, se me va acumulando en las entrañas. Detrás de la puerta de cristal mate, observo la silueta de la enfermera. cuando la sala está llena, esas idas y venidas dan esperanzas a los que están sentados. Ahora que ya llevo más de tres cuartos de hora esperando, en cambio, me producen escalofríos. Deduzco que la anterior visita todavía no debe de haber salido del despacho y que, teniendo en cuenta el rato que lleva allí, a la fuerza han tenido que darle una mala noticia. Quizás se ha desmayado, especulo. Igual que se desmayaría la novela si, en la consulta del especialista, le anunciasen que se está muriendo. Igual que yo me desmayé cuando, el día después de nacer mi hija, me comunicaron que sufría un problema congénito, un caso entre un millón, así, sin dar más datos, camuflando el desconocimiento bajo un barniz de serenidad ensayada, refugiándose en un territorio relleno de teoría y desierto de ejemplos prácticos. En aquel momento, mirando fijamente la puerta de cristal, recuerdo que, de entrada, la noticia del problema de mi hija me horrorizó y que sentí cómo, procedente de las paredes estomacales –desgarrándolas y abriéndose paso entre un mar de jugos gástricos y nervios–, un misil de angustia me salió disparado hacia el esófago, me atravesó la garganta hasta explotarme en la bóveda del cráneo y me obligó a mover la cabeza primero hacia atrás y, después, pum, todo el cuerpo, silla incluida, hacia el suelo. Cuando, medio atontado y hundido del todo, volví a abrir los ojos, el médico seguía hablando del diagnóstico y decía que mi reacción había sido normal.
      Normal.
      Es un adjetivo que saca de quicio, hasta el punto de que el asesino de la novela que escribía entonces y que todavía no eh terminado se llama Normal, en parte porque de algún modo tenía que llamarse y en parte por la alergia que me produce esta palabra (casi tanta como «miscelánea»). También recuerdo que, justo después de revivir el desmayo y de sentir vergüenza (porque el protagonista de la situación era la niña y no yo, porque durante los segundos en los que perdí el conocimiento el médico quizás dijo algo importante, porque no pensé en los hijos y en los padres que pasan por situaciones realmente dolorosas, ni en la madre que, a mi lado, convertía la responsabilidad en grandeza, porque no vale enterrar la cabeza bajo la arena cuando la cosa se pone fea; en fin, por tantas cosas), cambio de asiento, atravieso la sala de espera en diagonal, me subo los calcetines, me sacudo los pantalones, me muerdo las uñas y vuelvo a comprobar si llevo el teléfono portátil. Siempre lo llevo conectado, por si la canguro que cuida a mi hija tiene que localizarme. Me gusta asegurarme de que tengo cobertura, de que me localizará si me necesita. Debe de tratarse, también, de una inquietud normal. Lo he comentado con otros padres y he comprobado que la angustia por lo que pueda ocurrirles a los hijos está muy extendida entre los hombres pero que, no sé por qué razón, nos cuesta confesarla. Hasta el extremo de que, en la novela que, en una lengua que se muere, todavía estoy escribiendo, el personaje asesinado dice (cito de memoria): «Los hijos son como una docena de huevos que uno arrastra toda la vida, procurando que no se rompan, adaptando todos los movimientos a su fragilidad, protegiéndolos de los golpes y sacudidas, hasta que, un buen día, un huevo se rompe y sale de él un animalito que ya puede volar por su cuenta.» Yo todavía estoy en la fase de los huevos, recuerdo que pienso. Un huevo único, uno entre un millón, un caso único, teoría pura, ningún padre o especialista cerca con quien compartir tipos de tratamientos, sólo la angustia de mirarme las manos barnizadas por el sudor (e indescifrables) y la impotencia de no saber nunca si actúo correctamente, si todo eso que los médicos consideran «normal» es tan normal como dicen o si sólo es la manera de tranquilizarnos todos y de ganar tiempo mientras la medicina –¡venga, más deprisa!– avanza. Sin venir a cuento, recuerdo que me pregunto qué le ocurrirá a mi hija si los análisis y la resonancia confirman que tengo algo. Me he acostumbrado a vivir con el miedo en el cuerpo, a especular que le ocurren cosas a ella, y, de repente, descubro la angustia de imaginarme que ella está bien, sana, feliz, y que, en cambio, yo no estoy allí para verla, ni para ayudarla, ni para discutir o quedarme callado, como me ocurre tan a menudo cuando la miro sin saber qué decirle (tantas inconfesables veces, incapaz de vencer una barrera que a duras penas me permite darme cuenta de todo lo que podríamos llegar a hacer y a compartir si yo fuera capaz de destruirla, así, de golpe –¡tan fácil como parece!–).
      Se abre al puerta. la enfermera me dice que ya puedo entrar. Intento interpretar su sonrisa, leer en ella alguna información relativa a la gravedad del anterior paciente. Pero, concentrado en soportar una multitud de sedimentos cosméticos, el rostro de la enfermera no comunica mensaje alguno. Entro en el despacho. El médico me estrecha al mano con la mano blanda y, entonces, recuerdo la primera vez que me la estrechó, así, como si su mano fuera un guante de látex relleno de gelatina. Y que me produjo cierta repugnancia. Luego, opté por suponer que las personas que tiene que estrechar muchas manos al cabo del día se acaban hartando y, al final, convierten la mano blanda en un signo gremial, como si quisieran reservarse la energía de la mano no para saludos banales, sino para el momento culminante, en este caso, cuado el bisturí no puede fallar.
      El despacho, iluminado por un sol otoñal, contrasta con la sordidez de la sala de espera. en las paredes, una colección de diplomas entre exhibicionistas y disuasorios, una fotografía del médico saludando al rey (¿también con la mano blanda?, me pregunto) y poca cosa más. La austeridad de la decoración hace que reluzca todavía más la cantidad de oro que el especialista lleva encima: reloj en una muñeca, pulsera en la otra, cadena al cuello, anillo en el índice izquierdo. Sentado delante de él. intento contestar correctamente a todas las preguntas que, para romper el hielo, suelen hacerse en las consultas antes de ir al grano. Finalmente, el especialista coge los sobres, se pone las gafas y lee los resultados de los análisis –él los denomina «analítica»–. A continuación, abre el inmenso sobre de la resonancia, le da la vuelta a la silla, coloca las pruebas sobre una placa luminosa, vuelve a mirar los análisis, hace «mmm» (un «mmm» imperceptible), llama a la enfermera para que le traiga el historial, vuelve a hacer «mmm» (esta vez, un poco más fuerte), mueve los labios mientras lee, coloca de nuevo la resonancia sobre la placa, la mira a contraluz, me pregunta si habíamos hecho alguna antes, escucha cómo le respondo que no, vuelve a mirar los análisis, los guarda dentro del sobre, guarda la resonancia, anota algo en una letra ilegible en la parte inferior de una ficha, se quita las gafas y, como cierre a toda esta interminable coreografía del suspense, dice: «Normal. Todo es perfectamente normal.»
      Normal.
      Como que llueva en otoño. Como que haga frío en invierno. como que te repita una comida a base de rábanos, ajo y pimientos. Cuando salgo a la calle, recuerdo que, atraídos por la luminosidad de mi sonrisa, se me acercan vendedores de lotería, harekrishnas, mormones, palomas, perros abandonados, moscas heridas, hojas muertas y, finalmente, un mendigo. Le doy un billete de mil y lo abrazo, incrédulo todavía, y, para no dejarme arrastrar por el optimismo que me ha producido la visita al médico, vuelvo a mirar la pantalla líquida del teléfono portátil, a ver si tengo cobertura. Aunque la tengo, llamo igualmente a casa para saber cómo está la niña, interrogo a la canguro y me cuesta creer que no haya ninguna novedad, que mi hija se lo haya comido todo. («¿Todo, todo?», insisto) y que ahora duerma como dicen que duermen los niños. Y, después de colgar, me doy cuenta de que necesito ese lastre de responsabilidad, esa ancla de preocupación para no soltarme del todo, para no ponerme a volar, como si no quisiera admitir que –pese a los nubarrones que, entre dos rascacielos, se aproximan– vale la pena vivir, cantar en la ducha, ayudar a abrir la puerta del ascensor a una mujer que regresa del supermercado cargada de bolsas, olernos los dedos antes y después de, dar conversación a los taxistas, entrar en una tienda y probarnos ropa que no podemos pagar, y escribir, aunque sea en una novela que se muere, aunque sea en una lengua moribunda.
       
© 2001 Sergi Pàmies

Cambiarme y dejarme y dejarme cambiado.

Hace mucho tiempo que escribí esto en un poema. Hoy creo que tengo que cambiar. Los astros se alinean, se alienan. me circundan y me seducen. He decidido plantar cara y dejarme de mensajes. Los esemeses me hacen mal. El foro en el que escribo empieza a cansarme. Quizá hoy cambie todo y me deje de mensajes. Llega el tiempo de las llamadas. Cambiaré y me dejaré de dejarme esperando

Tuesday, May 03, 2005

Ya no escribo así

Rebuscando en un disco que contiene las cosas de mi antepenúltimo ordenador he encontrado esta misiva. Y me he dad0 cuenta de que ya no escribo así y de que ya no escribo misivas de este calado. De que ya no escribo misivas así.



Querida amiga en domingoh:


Va todo bene. Miguelito me quiere ( de momento) y yo me integro. Soy el profe enrollao para el alumno medio. No me he comprado ropa. Y el vierneh me voy de campin.

Las cosas siguen igual. En mi mesa una lata de coca cola vacia, una de kas naranja vacia, un telefono sin batería, una cartera sin dinero y un boli sin tinta. Me gustaron tus poemas, mándame algo más.

El libro de cuentos que nació cerca de tu vientre ya está en imprenta. Al final se llama Persiga a esa góndola. Espero que te guste el nombre. Estoy escuchando a los Ronaldos.

Dentro de 4 horas tengo que estar en la academia. Los legionarios entraron a saco con el perejil. ¿Sigues en el trabajo?¿Te vienes a Cádiz de vacaciones?Hay varios marcos incomparables.

Teminó el Gran Hermano. Me arreglaron el ordenador. Compré la camiseta de Argentina. Apenas juego ya con la play station. Ha muerto un amigo de mi padre.

Me he acordado varias veces de tí. Mis alumnos cometen muchas faltas de ortografía. Me secuestraron unos gigantes. Un día reí hasta por la mañana. No somos nadie.

Esta noche no hace viento. Te mando muchos besos. Por todas partes se escuchan las mismas cosas. No estudies mucho para septiembre. Sonríe cada mañana. Tus ojos felices harán el resto.

hasta otra.

lolo

Monday, May 02, 2005

Malcasá, le llaman la malcasá

LA MALCASADA

Me dices que Juan Luis no te comprende,
que sólo piensa en sus computadoras
y que no te hace caso por las noches.
Me dices que tus hijos no te sirven,
que sólo dan problemas, que se aburren
de todo y que estás harta de aguantarlos.
Me dices que tus padres están viejos,
que se han vuelto tacaños y egoístas
y ya no eres su reina como antes.
Me dices que has cumprido los cuarenta
y que no es fácil empezar de nuevo,
que los únicos hombres con que tratas
son colegas de Juan en IBM
y no te gustan los ejecutivos.
Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?
¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?
¿Que dé un golpe de estado libertario?
Te quise como un loco. No lo niego.
Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo
era una reluciente madrugada
que no quisiste compartir conmigo.
La nostalgia es un burdo pasatiempo.
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.


Luis Alberto de Cuenca